Yo siempre he dicho que nunca me acostumbro a los horarios “gabatxos”, por eso cuando paso temporadas allí casi siempre pierdo la cadencia del día y de la noche, y eso mi tripa lo suele notar. Por eso Garance -la compañera sentimental de Jean Claude-, me ofrece infusiones y remedios naturales. Cuando estoy con ellos, siempre invitan a hospedarme en una de las habitaciones más altas de su increíble casa y desde allí, desde el solárium, veo los Pirineos sentado en una antigua mecedora mientras degusto la infusión que diez minutos antes he preparado con Garance en la cocina. Cuando me siento allí me invade la melancolía ya que parece que nunca ha pasado el tiempo, es todo antiguo, hasta el olor. Y ya no hablo del olor a tabaco de pipa que fuma Jean Claude que es un aroma embriagador y romántico como él mismo.
La casa de Garance y Jean Claude es increíble, tiene un pasadizo secreto; se trata de una chimenea situada en la segunda planta y en la que previa limpieza de las cenizas, levantas una chapa y posteriormente apartas una serie de antiguos ladrillos refractarios que hacen de base, cuando los retiras, hay que levantar una palanca y girarla como si de un pomo se tratara, entonces se abre hacia arriba una puerta de unos sesenta centímetros cuadrados. Hay una escalera que te hace bajar dos metros a un claustrofóbico pasillo de poco más de medio metro de ancho por cuatro de largo y al final hay otra escalera diminuta que te hace bajar unos seis metros hasta un habitáculo enorme, imagino que deben de ser los cimientos de la casa. Garance me cuenta que en la invasión alemana, sus padres y abuelos pasaban las horas muertas allí. Yo alucino con sus historias y con el traje de un oficial alemán que utilizó la resistencia francesa para alguna de sus acciones. Hay viejas cartas, partituras musicales, muchos libros en francés, alemán y he visto algunos en español como uno de Federico García Lorca, tres camas, muchas herramientas y unas maderas superpuestas que hacen de armarios y albergan ropa, mucha ropa antigua, zapatos y ropa de cama. Cuando he bajado siempre lo he hecho con Garance ya que a Jean Claude le puede más que a mí la claustrofobia.
Hace unos años, cuando me hablaron del pasadizo no me lo creí, luego he llegado incluso a ponerles un sistema eléctrico de luces, un deshumidificador y también les soldé parte de la segunda escalera ya que la humedad había hecho de las suyas en uno de los travesaños.
Cuando terminé de hacerlo todo, mis dos grandes amigos; Jean Claude y Garance, me regalaron el libro de Lorca. Yo acepté el regalo con mucha ilusión y también les propuse que el libro se quedara donde ha permanecido tantos años, allí con la oscuridad y los secretos de aquel pasadizo, con las historias bellas de Garance, con el romántico aroma de la pipa de Jean Claude, allí en aquella enorme casa de hiedra, bajo un tejado de pizarra, allí mirando de lejos los Pirineos. Gracias amigos.
gracias por compartir esas sensaciones,merece la pena que sean contadas.
ResponderEliminarGracias a tí Mónica, por leerlas y por tu comentario. Me he sorprendido porque no esperaba leerte por aquí. Muxu!! ;-))
ResponderEliminar