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jueves, 12 de enero de 2012

Donde Acaba La Humanidad.

"El 11 de septiembre de 1942, Anny Yolande fue deportada a Auschwitz con el
transporte número 31 desde Francia. La acompañaban su madre,
Frieda y su hermana de 7 años, Paulette. En ese transporte iban
1.000 hombres, mujeres y niños. Ya en Auschwitz, 600 de ellos
fueron conducidos directamente a las cámaras de gas, entre ellos
todos los niños."
Era el año 1942.
Os aislaron en el ghetto,
padecisteis el miedo y la deportación…
Acortó vidas y alargó desconsuelos,
la rampa en Birkenau.
Y tú estabas allí.

Vivo en Bourdeaux, Francia, el país que me vio nacer pero los alemanes dicen de mí que soy ciudadana extranjera vigilada.
Este año el invierno es más cruel que nunca. Hoy tengo frío y me falta un zapato.
Unos oficiales alemanes me han separado de mi hermana Paulette de siete años y de mi madre Frieda. Yo solo tengo nueve años y ahora viajo hacinada en un vagón cual manso a no sé qué lugar. Con el ruido del vagón se mezclan lamentos de quienes, como yo, sentimos la aflicción de un trillado destino. Hace días que no pruebo bocado alguno y sin embargo ya no tengo ni hambre.
Convoy 31. Intuyo dónde me llevan. Callo agachándome,  tapando mis oídos evito los lamentos de quienes, ausentes de fe, me acompañan en este viaje hacia la nada. Tiemblo tanto que apenas puedo gesticular palabra alguna. Lloro desde que, obligada, solté la mano de mi madre y desde entonces no he parado de orinarme encima.
El tren se ha parado y ahora nos obligan a salir fuera, hay mucha nieve y mis ojos no se adaptan a la luz, trato en vano de ver o escuchar a mi madre y a mi hermanita Paulette, pero soy tan poca cosa entre la multitud. Estoy aturdida, entre sollozos escucho mi nombre y a lo lejos veo a Régine, mi amiga con la que suelo pasar las tardes jugando en el desván de casa. Nos miramos y lloramos en la distancia pero los oficiales gritan, gritan y gritan con violencia, insistiendo con el dedo repetidamente, entonces la marea humana nos envuelve y arrastra consigo cada cual por un camino. Nos dividen formando dos grandes grupos de hileras, el miedo se convierte en angustia cuando en el frontispicio de la verja leo algo así como;
“Arbeit macht frei”. ("El trabajo os hará libres")
Alguien que me conoce me da la mano mientras seguimos caminando. Se trata del señor Isaac, el sastre. Siempre que íbamos a su tienda me regalaba uno de sus pompones de lana. Agarro su mano con fuerza, nos miramos a los ojos, me sonríe y me dice;  
“- No te preocupes pequeña Anny, es solo un sueño. Mañana habrá pasado.-“ 
Seguimos avanzando entre vallas de espino y hediondos barracones, entre guardias con perros, entre ladridos y miedos. 
Es cierto, lo se, aquí acaba la mesura, la humanidad y el corazón de las personas se vuelve añejo. Aprieto con fuerza la mano de quien serena mi llanto. Pensando en mañana, en volver junto a mi madre y mi hermana, jugando con Régine a tirarnos los pompones del señor Isaac, avanzo así hacia el interior de las duchas…

(Mi más profundo desprecio a quienes dirigieron y causaron el holocausto y a quienes hoy, con sed de guerra, disfraces de Paz y ansias de dominar el mundo, lo siguen causando.)

1 comentario:

  1. pobre Anny la verdad que ella no merecia eso ¡PUTOS DE QUIENES LO SIGUEN CAUSANDO!

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