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miércoles, 15 de febrero de 2012

Rozando Sueños.


“Me voy solo a jugar con la muerte.”
(Leopoldo María Panero)

A veces sueño despierto y percibo con claridad el latir con fuerza de mi corazón. Lo hace tan sensiblemente que siento cada sístole y diástole marcando bellos acordes de los que claramente distingo sus cambiantes matices.
En cambio, cuando en la noche anhelo soñar con alguien, espero algo que ni sé y mi espera se convierte en tedio. Puedo sopesar entre soñar despierto o dormirme con el tiempo para despertarme entre sueños que no son de éste mundo.
He cruzado la muga de la vida, viví en ella cuarenta y tres días alojado allí como un insecto entre pétalos de una flor marchita, vegetal de la luna que me dio su luz y por unos instantes, allí sin mi cuerpo, descubrí al infinito. ¡Malditos sueños! Odio vuestra heterogénea presencia porque, a pesar de lo evidente, sois impuros y os habéis establecido en mi yo.
En un monte, bajo la luz de la luna, el búho concreta que el bucólico límite que separa la mar de los campos es tan solo el reflejo de una sombría tierra violada continuamente por las olas que entre persistentes acordes se mecen.
Entonces, arañando con cuchillas de frío metal la sombra que me dio la luna, trepé la pared de ese  perpetuo sueño para  desertar del coma, para rencontrarme con un mundo que ahora, desconozco si es o no el que yo dejé.
Así son mis sueños; sombras emprendiendo un viaje hacía el yermo, un desolado erial que inspiró a los grandes y vació de deidades a falsos dioses.

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