"Nadie escoge el dolor,
pero el artista bipolar,
cercado por
la inestabilidad,
la desolación
y la muerte,
nos hace pensar que
algunos hombres nacen
-a su pesar- con un destino."
(Rafael Narbona)
Ese mismo día, Beñat y yo
volvíamos del subsuelo. Habíamos pasado en él cuatro días con sus
correspondientes noches. Allí con los “Otros”,
tuvimos tiempo para calentarnos
la boca hablando de Erika, aquella mala arpía que no sabía nada y creía saberlo
todo. Aquella maldita persona, amago de homo
sapiens, nunca había dejado de sorprendernos y la naturaleza de su carácter era
de la peor calaña o al menos su pedantería y su egocentrismo así lo dejaban entrever.
Ella ajena a nuestras
incursiones con los “Otros “era feliz
con su jipismo come flores, el mismo que tanto Beñat como yo odiábamos a
muerte. Cuando la mala arpía que se alimentaba de su propia ignorancia abría la
boca, él y yo nos mirábamos impávidos a sabiendas de que el pan se encarecería
un poco más gracias a su verborrea.
Beñat y yo hemos guardado
siempre con recelo el legado que en el subsuelo se nos confirió antes de que los
mejores cerraran los ojos para siempre. Curtidos desde entonces, acostumbramos a patinar por el barro de esos
caminos sin caernos mientras vemos las flores caer y pulverizarse al chocar
contra el suelo. Es otro mundo donde los sueños se fusionan como átomos con la
vida real. Imagino que debe de ser algo complicado de entender si no te metes
en el pellejo de quienes lo vivimos.
Siete días antes de que
partiéramos hacia el subsuelo nos dirigimos con cierta melancolía al
camposanto. El mismo en el que años atrás, despedimos a la chica de las poesías
pulverizando nuestros ojos, vertiendo las entrañas en forma de lágrimas. Una
vez allí, ambos escribimos unas letras en su memoria antes de despedirnos por
enésima vez. Y como siempre, doblamos
las hojas y las introducimos por un pequeño agujero que hicimos para tal fin. El
orificio es tan disimulado que a penas se aprecia y a través de él introducimos
siempre los escritos y poesías para Ane. Es muy difícil que alguien lo pueda
ver y de ser así; ¿quién se iba a molestar en despojar de folios de atención y
cariño a quien cerró los ojos para siempre?
Escribir esa es la peor calma
porque nos separa de estar allí a su lado donde quiera que ella se encuentre,
el bolígrafo y el papel nos unen a un mundo cruel e injusto que nos la arrebató
para siempre y sin embargo continuamos escribiendo y jugando al ajedrez. Quizás sea lo más oportuno ante lo que el
destino nos tiene deparado porque la historia de mi amigo Beñat no es una
historia llena de colores, es más bien una historia gris, gris como la ciudad,
como la vida de las personas que habitan en ella, como los meandros que forman
sus almas tratando vanamente de esquivar la aflicción que produce la
insoportable marca del esclavo moderno.
Por eso, tras regresar de
nuestra cita con los "Otros” y descubrir por casualidad que la arpía de Erika
tenía todos y cada uno de los escritos y poesías que Beñat y yo habíamos introducido
por el agujero, ratificamos lo mala y falsa que era.
Por eso, siete días más
tarde Beñat me regaló lo que él calificó como “su mejor poema”.
Por eso, ahora él y yo
nos sentamos a jugar al ajedrez para ver la vida pasar mientras recordamos que
en ella como todos, estamos de paso.
Carpe Diem.
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