conservo intacto mi desprecio hacia cualquier forma de autoridad.
No creo en el diálogo ni en el consenso.
Sólo creo en los cócteles Molotov.”
(ITWU)
Corría el mes de Agosto de aquel cálido
año 2015. Era un día extremadamente caluroso y, ya entrada la tarde, las homópteras
chicharras del arroyo acompañaban un desproporcionado ratio decibélico, con enérgicos
y estridentes cantos desatinados, a los 100.4º Fahrenheit
que asediaban aquella sudada y agradecida huerta
situada a las afueras de la sitiada ciudad de Iruña-Pamplona.
Juro por
los mansos caracoles que en armonía conviven en el huerto aquel, que hubiera instituido
más temprano que tarde el invento de Joseph Ignace Guillotin con tal de no
volver a sentir jamás clavarse en mi cerebro los canticos de aquellos insectos.
Pero mi
atención se debió centrar más abajo de las ramas choperas del arroyo, las
mismas que habitan los coros de las chicharras que tanto aborrezco. A tan solo
unos verticales metros de ellas y a unos metros lineales de las zarzamoras con
las que, con su fruto, hago mermelada, habitan las diferentes plantas que
conforman la huerta, creando con el sol de Agosto y viendo a sus hijos madurar,
una de las dos bellas etapas de la fotosíntesis.
Los hermanos Tomate han encontrado por
estos fértiles suelos a un nuevo vegetal. Acaba de caerse de una de las ramas
de su planta, el pobre está algo confuso y no recuerda ni como se llama. Con la
arrogancia que los caracteriza, deciden llamarle “Pimiento”, sí, “Pimiento” a
secas, porque a ellos les da la gana y
porque dicen ser los reyes de la huerta creyéndose así con el divino derecho de
hacerlo. En ese momento de gloria se sienten leones.
-“Yo no soy un Pimiento, soy una
Berenjena”- alega el infortunado vegetal con el deplorable aspecto que presenta
tras el infortunio, al tiempo que trata en vano de reconocerse a sí mismo.
-“¡Pimiento!”-, gritan
al unísono las primeras Lechugas, verdes y crueles como la amenazante sombra
del tricornio, que desde que vieron al pobre vegetal caer de su rama, no paran
de mofarse en su surco. Dos zanjas mas
allá tenemos a las hermanas Fresas, tan viciosas como frescas, no se quedan
cortas y se mofan de él a la vez que se relamen codiciando el dulce baño de
nata o de azúcar, rebozado tal vez, en una noche de sexo loco que les aguarda en
un futuro no muy lejano. -“¡Pimiento!, ¡Pimiento!” - increpan con desvergüenza al confuso
vegetal que yace bajo un sol abrasador, magullado y herido, bajo la mata que lo
vio nacer. Las Fresas, forman parte de la generación de la decadencia. Son las “canis” de la huerta.
-“¡YO
NO SOY UN PIMIENTO, SOY UNA BERENJENA!”- reprende éste a la vez que clava la enfurecida
mirada que sale de sus llorosos ojos en todos y cada uno de los vegetales que,
a su alrededor, groseramente se mofan; Tomates, Lechugas, Fresas, Rábanos, Cebollas…
-“¡SOY
UNA BERENJENA!”- repite nuevamente ante la mirada de todos.
-“…¡UNA BE-REN-JE-NA!”- insiste.
-“¡Pimiento!, ¡Pimiento!”- le chillan las hermanas Cebollas a lo lejos, retorciéndose
entre burlonas carcajadas y llorando de risa a más no poder.
El abuelo Pepino que está a la fresca bajo la
sombra de una de las hojas del viejo amigo Calabacín, observa junto a éste toda
la escena, manteniéndose ambos al margen de semejante forma de ridiculizar al
pobre y desdichado vegetal.
Transcurridas 30 horas de aquel
lamentable panorama, todo ha cambiado;
Las Fresas,
consiguieron su objetivo, ese día por la noche tuvieron azúcar y nata, follaron
apasionadamente y fueron felices sucumbiendo ante unos labios que se endulzaron
de su Ser.
Las Lechugas fueron
descuartizadas cuando acudían a una fiesta de disfraces y a pesar de ello consiguieron disfrazarse, ataviándose con
aceitunas y poniéndose guapas con semillas de sésamo y anchoas.
Los Tomates, creyéndose
los reyes de la huerta tuvieron también un trágico final al que acompañó también
unos Pimientos verdes, unos Pimientos
rojos, unos Pepinos y Cebollas. Acabaron todos ellos dentro
de una enorme cuba donde unas cuchillas subían y bajaban mutilándoles sin
piedad. En la parte exterior de la enorme cuba rezaba un Epitafio: “GAZPACHO”.
Ahora, voy a ceder el turno de palabra al
desdichado vegetal para que pronuncie unas palabras. Él se encuentra bien, a la
fresca y le han dado un baño y sacado brillo. Aquí sus palabras de despedida dirigidas
a sus vecinos del huerto:
-“¿VEIS?...CAPULLOS!
CÓMO SOY UNA BERENJENA.”-
…ja, je, ji, jo, ju.
Eeeeee, es un mini cuento, que chulo, te quedó muuuuuuy bien!!!!
ResponderEliminarPensé que te había contestado...pero ya veo que lo mio es demencia en toda la regla.
ResponderEliminarMe alegro que guste. Muy agradecido por los comentarios,,jajaja!!