“Deje
ahí todo objeto metálico que lleve encima:
llaves, monedas...Te explicaré por qué estás
aquí.
Estás
porque sabes algo,
aunque
lo que sabes no lo puedes explicar,
pero
lo percibes.
Ha
sido así durante toda tu vida.
Algo
no funciona en el mundo,
no
sabes lo que es pero ahí está,
como
una astilla clavada en tu mente.
Y
te está enloqueciendo.”
(MATRIX.
Larry y Andy Wachowski.)
Al chico del saxofón le
conocí hace una pila de años en Palamós. Los veranos allí es habitual, por las mañanas,
escuchar las notas de su saxofón fluir desde l´Avinguda
de l'Onze de Setembre para perderse en el mar no sin antes traspasar el
hastiado olor a fritanga que despiden los restaurantes de las inmediaciones del
paseo marítimo invadiendo los sentidos.
Aquellos acordes parecían
llevarse consigo la inmundicia o despojos que se acumulan durante el día en las
ciudades irritadas por el deterioro que la podredumbre urbanística ha creado.
Esa mañana, resistiéndome
a la fascinación que ejercían sobre mí las delicadas notas musicales, continué mi
camino no sin antes pensar en la posibilidad de parar el tiempo durante no más
de una hora. Lo justo para disfrutar de un café en una terraza, escuchando las
notas de su saxofón despuntar al día, leyendo en uno de los periódicos
subvencionados por la oligarquía financiera que el imperialismo mundial democratiza otro país árabe a base de bombazos.
Qué breves noticias son las que convierten dramáticas tragedias en justicias o libertades.
En la mesa de al lado dos
albañiles hacen un descanso mientras plantean, ante dos jarras de cerveza y
sendos bocadillos de calamares, dudosas soluciones verbales a la crisis
capitalista. Rompe el ritmo del saxofón la melodía de uno de los móviles de
última generación que tienen sobre la mesa. Vaya móviles gasta la clase obrera.
Y yo me levanto y me voy.
Continúo mi camino hasta una de las
puertas secretas que me conducirá tras varios claustrofóbicos minutos al
subsuelo. Allí tengo una nueva cita con quien me señala las tumbas. Entro,
saludo y dejo mi riñonera con el móvil, la cartera, dos lapiceros y las llaves
en la parte superior de la puerta, también dejo un cuaderno con mis panfletos
incendiarios. Me despojo de toda mi ropa y me cubro con una bata verde. A
partir de ahora vuelvo a dejar mi cuerpo, una vez más, tumbado en una cama y en
manos de la ciencia.
Una de las enfermeras me
saluda amablemente, nos conocemos de otras veces. Lleva en su mano una carpeta:
(Ella)-Buenos días,
de nuevo aquí, eh... ¿Como estás?
(Yo)- Bien, supongo.
Creo que tengo frío, estoy temblando.
(Ella)- Tómate esta
pastilla, estás muy nervioso.
(Yo)- ¿Nervioso?
Me temo que estoy acojonado. Nunca me he llevado bien con los hospitales y
menos con los Isótopos Radioactivos.
(Yo)- Sí, un café con
leche, unos acordes de saxofón, noticias trágicas, un poco de horóscopo y baldíos
comentarios sobre la crisis.
(Ella, ríe mientras me toca la frente)- Entonces no vas a tener hambre cuando despiertes.
En esos momentos yo ya me
encuentro haciendo infinitesimales con las manchas negras que me acompañan siempre
en mis ojos:
(Ella)- Pronto
pasará, ya estás más tranquilo, ¿Verdad?
(Yo, balbuceando)- Sí,
que se pase pronto. Con tanta energía nuclear, igual salgo de aquí hecho todo
un superhombre o un semidiós, quién sabe.
Ella sonríe.
…yo ya no recuerdo
nada más.
Qué bien escribes Manu. Batiendo con humor, belleza y realismo los nimios detalles de los días.
ResponderEliminarHaces meterse en la piel (como creo que ya te dije una vez), del que desayuna y cierra los ojos en una "bandeja" de hospital.
Un beso
Exagerada que eres Imilce.
EliminarBesos para ti también. ;-))
Y tú modesto :) jejejeje
Eliminarme ha gustado mucho esa manera de expresar tuya...creo q nos leeremos a menudo
ResponderEliminarGracias Sh6y, me alegra saber que volverás para leer mis letras.
ResponderEliminarUn abrazo!!