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martes, 12 de noviembre de 2013

La Colección De Mis Olvidos. ( II )



   

“Hay un número cada vez mayor de hombres formados para actuar en secreto, instruidos y adiestrados solo para este fin. Se trata de unidades especiales de hombres provistos de archivos reservados, es decir, de observaciones y análisis secretos. Otros disponen de diversas técnicas de explotación y manipulación de esos asuntos secretos”

(Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo)




    Até mi bicicleta a una de las farolas cercanas a la biblioteca, para mi sorpresa cuando entré, la bibliotecaria me pareció nueva, creí que nunca la había visto antes, su edad rondaría los cuarenta y pocos años. Me saludó e impresionó cuando insinuó que mi cara le resultaba conocida. Era la señal, pensé. Mientras mi rostro se tornaba de pardillo devolviéndole una tímida sonrisa, traté de hurgar en el fondo de mi memoria para rebuscar, fructíferamente, una analogía con su rostro.
-¿La hija de Saturnino Gravois?- Pregunté modestamente. El protocolo para entrar al subsuelo así lo requería. Hacía más de veinte años que no sabía nada de ella y junto con más personajes con quienes me había cruzado a lo largo de mi vida formaba parte en un rincón, de la colección de mis olvidos.
-Veo que te acuerdas de mí- Insinuó con frívola sonrisa tratando de deslizar sutilmente su voz para no estropear el silencio que allí se respiraba. Entonces supuse que realmente se trataba de Julia.

Estos descuidos dudo que sean estelas de la amnesia pero había olvidado la libreta pequeña —la que siempre me acompaña en mis incursiones hacia el subsuelo— atada bajo el sillín de la bici y desde la gran sala diáfana y rodeado de libros oía el ruido del agua caer con fuerza sobre el tejado, las gotas golpeaban con inusitada violencia el cristal del gran ventanal por el que veía la bicicleta solitaria candada a una farola y mi querida libreta pasada por agua. Pero en esos momentos me daba igual.
-A tomar por el culo la libreta- Pensé.
Mi cerebro revelaba cientos de fotogramas recordando momentos en los que aparecía treinta años atrás jugando con Julia, la hija de Saturnino Gravois uno de los médicos más zumbados que haya conocido la faz de la tierra y un entomofóbico incurable.
-Te estaba esperando, acompáñame mi padre te recibirá en un momento- Asintió Julia con firmeza mientras, con su mano, señalaba  al fondo de la sala una pequeña mesa cuadrada con varias sillas dispuestas alrededor, ella me invitó a sentar en una de ellas mientras yo trataba de asimilar la situación.
Diferentes tipo de pastas y dos tipos de teteras desprendiendo diferentes aromas embriagadores permanecían en la mesa y Julia ofreciendo comer de ellas me daba a elegir un tipo de infusión—imagino que serían diversos tés—.
-Has elegido un buen té, de hecho lo encontró mi padre en uno de sus viajes, deseo que sea de tu agrado-
Tanto las pastas como el té que había tomado me supieron excelentes y así se lo hice saber a Julia, quizás hasta me había dejado un aroma demasiado selecto para mi paladar proletario. Por otro lado su disciplinada forma de hablar y de tratarme hacía del hielo un iceberg. Cuando le pregunté si habíamos pasado ya la puerta secreta, ella asintió firmemente con la cabeza.
Caminamos rápido y sin hablar por un largo y tenue pasillo y cuanto más nos adentrábamos en él más asumía que el moderno complejo bibliotecario había quedado muy lejos de aquello y más pronunciado y característico me resultaba un olor típico que no recordaba el cual mezclado con el sabor aromático de mi paladar, me proporcionaban una incómoda sensación de ansiedad y a la vez de aprensión. Me estaba trastornando. Una puerta lateral se abrió a nuestro paso y tras cruzarla llegamos a una gran sala luminosa y limpia en la que unos focos desprendían una luz intensa como tratando de encubrir la evidente falta de ventanas.

-D…disculpa Julia, e…estoooo, ¿dónde estamos?- Balbuceé torpemente, tratando infructuosamente de mostrarme tranquilo y sosegado ocultando el estado de suspicacia en el que me encontraba.
-Has venido a la biblioteca, ¿No lo recuerdas?- Indicó ella con voz firme y segura, en un tono que atado a la forzada sonrisa expresada por su rostro hizo de la desconfianza la reina de mi sesera.
Mierda, algo no encajaba. Julia tras más de treinta años sin saber nada de ella, estaba allí en una extraña biblioteca de la que yo ni siquiera recordaba su distribución y cuyo silencio se acrecía por la puta ausencia de gente, mientras me percataba que mi amnesia, al contrario de lo que yo afirmaba no estaba cicatrizada del todo y volvía para jugarme malas pasadas. Me sentí como estar viviendo ese momento dentro de un puto cuadro de Van Gogh, desconocía todo. Las paredes me absorbían y los ángulos de aquella diáfana habitación parecían curvados, arqueados. ¿De verdad llevaba tres décadas sin saber de Julia? ¿Eran bagazos de mi memoria? Me sentí nuevamente desorientado, perdido. Y ese puto olor.
-¿Julia?- Rompí sutilmente el silencio sin que nadie contestara. Estaba completamente sólo, en un lapsus de tiempo todo había cambiado alrededor, el característico olor aséptico producía en mí la percepción de que aquello se asimilaba más a una sala de hospital que a una biblioteca, en el techo unas luces emitían una extremada luminiscencia en cambio otras se encendían y apagaban de una manera desacorde. No sabía si aquello era el subsuelo o una mala pasada de mi jodido cerebro. Pero Julia sin saber cómo, se había esfumado y la sensación aromática de mi paladar me empezaba a resultar molestamente pesada.
 -Ju…Julia,,,  ¿Julia?, ¿Juliaaa?!! - Insistí con un tono de voz cada vez más elevado pero no hubo respuesta alguna. Yo era en aquellos momentos una ciruela pasa. Sí, una jodida ciruela pasa.
Mordía en silencio mi ansiedad, la impotencia que produce la amnesia cuando necesitas conocer, recordar, despertar de ese letargo, salir del puto cuadro de Van Gogh. Porque ese sentido común me indicaba que algo no iba como debía de ir. ¿Estaba solo?
Mirando alrededor observé que la puerta por la que habíamos entrado ya no estaba o no era visible para mí y que de un hueco situado en una de las paredes entraban destellos de color sepia, no estaba decidido a mirar lo que había tras él o de dónde provenían pero después de unos minutos de incertidumbre creí que la mejor manera de paliar la angustia que me estaba produciendo aquella situación era mirar y tratar de cambiar el plano de incertidumbre que me rodeaba. A lo mejor estaba ahí esperándome alguien, Julia o quizás Saturnino Gravois.
Apoyé mis dos manos en la parte baja de lo que parecía una ventana, asomé la cabeza girando los ojos a ambos lados para tratar de vislumbrar algo en aquellas luces sepia.

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