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jueves, 12 de diciembre de 2013

La Colección De Mis Olvidos (IV)



"Sólo al soñar tenemos libertad,
siempre fue así y siempre así será."
  (El Club de los poetas muertos.)
 




Escuché gritos que entraban junto a los destellos de color sepia y empecé a caminar hacia aquel ventanuco pero Julia, que parecía haber salido de la nada, gritó enfurecida:
-¡Aléjate de la ventana! ¿No me has oído?-
Asombrado me giré hacia ella:
-Hola Julia, ¿Dónde te habías meti…-  No pude terminar. Escuché un ensordecedor ruido seguido de un histriónico pitido; piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…, salí despedido y en décimas de segundo mi cuerpo voló, abrí los ojos aturdido, confundido y con un intenso dolor en mi cabeza.
Julia me observaba con infinita malevolencia, dejando apoyado sobre la pared un enorme palo de madera.
Con mis manos hice el ademán de alcanzar mi cabeza pero no pude moverme, todo giraba a mi alrededor, parecía un maldito tiovivo. Volví a cerrar los ojos y permanecí dormido no sé por cuánto tiempo más pero en mi letargo escuché voces de varias personas.
La sala en la que me encuentro es muy blanca y limpia, estoy con el doctor Saturnino Gravois, él me habla y yo le escucho, desconozco qué me dice y qué está pasando, estoy aturdido, no recuerdo haber estado nunca así. Quiero beber agua pero no puedo hablar. ¿Mis manos? Están rodeando mi cuerpo, atadas a mi espalda. Esta camisa de fuerza aprieta demasiado. ¡Mierda! ¿Una camisa de fuerza? ¿Qué ostias? Recuerdo un tipo cuyo espectáculo de magia consistía en permanecer amarrado de pies boca abajo y embutido en una camisa de fuerza, el puto Houdini, qué crack, pero yo no soy él y mucho me temo que estoy jodido, mis tímpanos van a reventar.
-Sabes quién soy, ¿cierto? No trates de hablar. Afirma o niega con la cabeza- Me indica.
-E…e…e …o…octor G…a..voi..?- Balbuceo, desesperado por la sensación de mutismo que se encuentra mi boca, trato sin éxito de mover mi lengua. De hecho, mi cerebro relaciona muy bien, responde a todos los estímulos, pero no puedo hablar. La sensación que dispone mi boca es como si hubieran puesto en ella la jodida anestesia de todos los putos dentistas de la comarca de Pamplona.
-Shhhhhhhhhhhh…- Te dije que no trataras de hablar. Pronto te pondré al corriente de todo. Ahora trata de descansar- Insinuó Saturnino entre carcajadas que parecían haber sido sacadas de una mente fuera de juicio.
Cerré los ojos dejándome mecer por la insensibilidad, pensando en la visión que anteriormente había tenido de Saturnino y de su deplorable aspecto, embutido en aquella camisa de fuerza y me introduje durmiendo, casi sin notarlo, en un apacible nirvana.
Desconozco el tiempo transcurrido. Cuando volví a abrir los ojos me encontraba tumbado en una cama, mis manos sujetaban la libreta que tiempo atrás había visto mojarse en el sillín de mi bici, se encontraba en perfecto estado, juraría que jamás se mojó. Definitivamente mi cabeza me estaba jugando malas pasadas y mi corazón estaba pidiendo, a golpe de bombeo, salir zingando de mi caja torácica. A veces hay melodías o ritmos en él que es mejor no escuchar pero ésta creo que era oportuna, así que me levanté tratando de encontrar mis ropas. Estaba completamente desnudo pero al menos ya notaba mi lengua e incluso hice amago de carraspear y mi garganta respondió perfectamente pero mis ropas no se encontraban en aquella habitación estilo rococó digna de un palacete del siglo XVII.
Sentí la necesidad de salir de allí. Cual rata de laboratorio recorrí el perímetro de aquella lustrosa habitación varias veces como tratando de encontrar algo que me permitiera enfocar mis turbados pensamientos. Cómo no lo había visto antes, en el techo se dibujaba la silueta semicircular que se perdía en una de las paredes y de ahí para abajo un leve escalón milimétrico —pared abajo— desvelaba que la pared era giratoria.
Saturnino Gravois estaba allí esperándome, al otro lado de la pared con su bata blanca y con la pluma que le regalé años atrás sobresaliendo del bolsillo superior de ésta. Empujé la pared y ésta fue girando sobre su propio eje.
-¿Qué te ha parecido el invento?- Preguntó.
Confundido y desconcertado me sentí envuelto en la locura, no entendía nada. Afrontar aquella situación se me hacía grande.
­-Adentrase en el subsuelo tiene sus consecuencias al igual que sus causas. Tú tienes una función por la cual fuiste creado y ahora toca poner fin, el objetivo está cumplido. Podríamos hablar de obsolescencia planificada, androides que se auto invalidan, unos lo hacen por defecto sin terminar de cumplir el objetivo para el que fueron creados, en otros –como tú- sin embargo no se ha activado la obsolescencia, es decir tenemos que causarla manualmente. Tu sistema ha sido modificado por causas que tratamos de averiguar. Has sido formateado por decirlo de alguna manera, sí, preparado para partir desde cero y eso no ayuda en nuestra tarea de investigación. Así que hasta aquí hemos llegado-
Las palabras del doctor salían de su boca amartillándome. No entendía nada, «estás como una auténtica cabra», pensé y me di cuenta que debía salir como fuera de allí, pero ni siquiera sabía dónde me encontraba. Y si ahora estaba más confuso que nunca era de vital necesidad hacerlo ya. Me abalancé con rabia hacia el que fuera mi mejor amigo y arrebatándole la estilográfica de su bolsillo lo agarré fuertemente apretándola contra su cuello.
Él trataba inútilmente de girarse y empezó a gritar, una de mis manos la utilicé para tapar la boca de aquel bastardo.
-Sácame de aquí hijo de puta- Salió con rabia de entre mis dientes. La ira que tenía en esos momentos me hacía sentir, si fuera, más libre así que sin pensarlo apreté con fuerza la pluma en su cuello hasta que escuche salir el aire de su cuerpo de forma antinatural, un calor invadía mi cara, bajaba hacia abajo y me reconfortaba, era su sangre que manaba a borbotones. Las piernas de Saturnino se aflojaban y su peso era cada vez mayor, lo solté y quedó tendido en el suelo de una forma sorprendentemente anormal, ¿estaría muerto? Me daba igual. Yo mostraba optimismo o qué ostias; en todo caso euforia, embriaguez e incluso excitación. Con la sangre de Saturnino Gravois salpicada por mi cara y bajando por mi cuerpo alcé la pluma al aire con mi puño y lancé un grito entre enajenadas carcajadas.

      Vuelvo a desconocer el tiempo transcurrido desde entonces. Pero ahora soy feliz, muy feliz, hoy más; en el manicomio es día de visita y me están poniendo guapo, de un tiempo a esta parte, por causas que desconozco, permanezco aislado del resto de los internos y eso me hace tener más tiempo para dedicarme mí y a mis cosas más importantes; comerme los mocos, masturbarme a diario, comer platos de puchero que me traen a través de un ventanuco por el cual veo muchos ojos que me miran pero no me importa ser observado, me encanta y me hace sentir importante. Sí además hoy es día de visita para todos y estoy feliz.
¿Os acordáis de Saturnino Gravois? Sí, mi amigo el doctor. Dicen que algún interno lo mató clavándole una pluma estilográfica en el cuello. Hoy viene a verme Julia, su hija, aún no le he dado el pésame por el fatídico desenlace. Aprovecharé para hacerlo hoy y para volver a llenarme de plenitud, ardor, pasión, frenesí, euforia y calor regalándole la pluma que guardo, mi as, bajo la manga.

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