Resisto cuando me ocupo de que tampoco
los demás colaboren.”
(Ulrike Meinhof.)
Imaginamos una bombilla, una cápsula de fino cristal, frágil y circular. En su interior un gas inerte y unos filamentos metálicos delicadamente finos y unidos a un casquillo. Qué ingeniosos fueron Nikola Tesla y Thomas Edison aquel año de 1879. ¿Qué no?
Ahora apagamos la bombilla y cerramos
los ojos, quien tenga alma que tampoco lo cierre. Abrimos la imaginación y un poco los sentidos.
Incluso podemos ver con los ojos cerrados. Imaginamos un campo de pajizo trigo,
el viento mece sus espigas de aquí para allá, son auténticas olas en el trigo, arriba
en el cielo las nubes viajan muy deprisa como alborotadas. Y abajo, los
cipreses de una vereda se balancean como queriéndolas acompañar en forma de
basta batuta, pero el fotograma al completo está bajo el hechizo de un
alquimista que ha encantado a todos los personajes para que no puedan levantar
el vuelo, el mago antes de dispararse en el estómago era, para quienes lo
conocían, un viejo chiflado que pintaba la naturaleza sin apenas lograr ponerse
de acuerdo con ella. Tras su muerte, en la más absoluta pobreza, ese ilusionista de lienzos, pinceles y colores se
conoció al mundo como Vincent Van Gogh.
En este mundo moderno donde es el
nobel de la paz un conocido genocida, los locos son cuerdos y los cuerdos están
locos de atar, nos encontramos entre todas las verdades más mentiras que
verdades. Verdades como las lunas de Li Po, el poeta inmortal que, con su tinta
y su lírica, inmortalizó satélites naturales, ríos, montañas y vasos de jiu.
Mentiras que dan lugar a
controversias y controversias a medias verdades porque cuando normalidad o ser
“normal” es la máxima expresión, la estupidez baila descalza en el escenario más
alto de todos. La normalidad es absurda y fría pero nada de todo esto es lo que
parece.
Ahora trasladémonos a Alemania,
cuando el choque entre burguesía y proletariado alcanzó, por entonces, su
máxima crudeza. La roja oscuridad corría sigilosamente entre la fisura de las
clases dominantes y el proletariado. Imaginamos un edificio de hormigón, puede
ser la cárcel de máxima seguridad de Stammheim, en Stuttgart, Alemania Federal,
año 1.977.
Imaginamos su interior, el dolor
encerrando, una acumulación de –para el estado alemán- deshechos sociales o políticos.
Centrémonos más adentro, celda 719; Andreas Baader, celda 716; Jean Carl Raspe y
celda 720; Gudrun Ensslin, todos ellos comunistas. Los dos primeros amanecen,
en sus celdas de la prisión más segura del mundo, con sendos disparos en la
cabeza y la tercera, ahorcada con un
cable de teléfono. Cuando a los gobiernos se les enciende la cápsula de fino
cristal, frágil y circular son más ingeniosos que los mismísimos cerebros de
Tesla y Edison, es por ello que la noticia de un “suicidio” corrió como los
rayos a la cometa de Benjamin Franklin, como la luz y por ello es sabido que las
verdades están llenas de mentiras y controversias.
Imaginémonos mucho antes, en el
siglo XIX. Seguimos en Alemania. Una casa, un copioso día nuboso, entramos, como
en los sueños, por la ventana a una de las habitaciones; una mesa, un tipo de
grandes barbas traza con su pluma sobre cuartillas parte de la teoría de la
lucha de clases, su nombre Karl Marx y su legado será admirado, reconocido y
continuado por todos los proletarios con conciencia de clase. Por otra parte, viendo
perjudicados sus privilegios, será manipulado por la burguesía y los
imperialistas. De nuevo entran en juego las controversias. Pero a muchos no nos
la cuelan, tampoco se la colaron a Ulrike Meinhof pero también amaneció
“suicidada” en una de las celdas de la prisión más segura del mundo, Stammheim,
celda 718. Su cerebro, al igual que el de otros militantes de la RAF fue
separado ilegalmente de su cuerpo para futuros experimentos científicos.
¿Nos imaginamos a Ulrike en una
casa, con sus dos hijas pequeñas y su mortífera arma; una máquina de escribir,
fusionando al Socialismo Científico con el movimiento proletario?
Imaginad lo que da de sí una
bombilla, el fotograma al completo de todo lo que unos pocos dan para que la
mayoría podamos vivir mejor.
Y me pregunto; ¿Quién cometió
esos “suicidios”? ¿Quiénes se vieron beneficiados de ellos? ¿Quiénes perjudicados?
Espiral, espiral, espiral,
espiral, espiral…