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miércoles, 21 de enero de 2015

Adjoa y la sombra del árbol de ébano.



“Sé que nunca llegará el día en que, señalándome, se diga:
Es el antiguo presidente de Burkina Faso.
Se dirá: Es la tumba del antiguo presidente de Burkina Faso."
(Thomas Sankara.1949-1987) 

   Había nacido en Tanzania, un lunes. Es por ello que sus progenitores le llamaron así, Adjoa, nacido el lunes. Con diez años, Adjoa cazaba con su propio arco ardillas y pequeños animalillos comprometiéndose, como un adulto más, en el sobrevenir diario de la comunidad, una comunidad que decrecía cada vez que el anhelo de una vida mejor tamizaba entre moscas el amarillo polvo y árboles de ébano, la falsa evidencia de un mundo lleno opulencia y acopio.

Durante el viaje, su cabeza descansó apoyada entre su mano y la ventanilla de aquel incómodo autobús. Se recreó recordando la angustia del mar y los cincuenta y tres días de cautiverio sufridos en el CIE de Barcelona tras saltar la valla de Melilla, ser apaleado y detenido por la guardia civil. Ahora toda su odisea parecía quedar atrás, el éxodo masivo, la sed del mar tragándose a sus compañeros de viaje y el baldío salto hacía lo que muchos creyeron, un mundo mejor, todo llegaba a un ansiado fin.

El autobús se paró tras el largo e incómodo viaje de más de seis horas. Mientras el resto de pasajeros se apresuraba con demasiada excentricidad en bajar de aquel angosto vehículo, Adjoa permaneció en su asiento observando tras la ventanilla cómo son las estaciones de autobuses en el mundo libre. Aunque para él aquella incitación a la locura, pasado lo pasado, se le revelara pecata minuta, sabía que su viaje concluiría en pocos minutos. Y así fue. Acababa de llegar a la estación de autobuses de Murcia, el mundo libre se abrió ante sus pies y su figura alta destacó, junto a una mediana mochila, entre una muchedumbre mañanera que transitaba por la terminal.

Han pasado cinco años y Adjoa ha dejado atrás la irregularidad administrativa que impera bajo la batuta capitalista. Ha conseguido su derecho a trabajar en el mundo libre que tanto anheló y ahora, dejándose el pellejo por dos euros la hora recolectando verduras, imagina con tristeza la ausencia en los ojos de sus hermanos pequeños, recuerda a su madre y recuerda el sol de Tanzania, los cuentos y leyendas que contaba su abuelo bajo la sombra del árbol de ébano.
Sí, hoy Adjoa recuerda, mientras el mal llamado mundo libre, lo consume y subyuga con especial distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Nunca debió haber puesto pies en el llamado mundo libre, piensa porque la vida aquí no es ninguna canción.

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