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viernes, 13 de noviembre de 2015

Basura espacial.

 La cápsula de contingencia amerizó en pleno Atlántico. Ocho meses después de perder toda comunicación con la tierra las posibilidades de encontrar a la tripulación con vida eran mínimas. Las cápsulas de contingencia se utilizan únicamente en casos de extrema amenaza o peligro sobre la integridad física de la tripulación, entonces se da por hecho que la misión queda abortada.
Dentro sólo había un tripulante; Jason. Se encontraba deshidratado y en estado de shock por lo que inmediatamente fue tratado con fármacos vasoactivos pero a las pocas horas entró en un coma profundo y a los seis días volvió en sí completamente ido, hablaba de rayos gamma, de extraños seres con antenas y lengua bífida que habían secuestrado al resto de la tripulación y creía firmemente estar hablando telepáticamente con ellos. Por las noches, Jason, no paraba de golpear con su cabeza la pared mientras gritaba enajenado o tan pronto hablaba con Nabokou, Justine, Stratham o la Teniente Norimaki. Sobre su situación; decía creer que había perdido completamente la cabeza, incluso tenía que estar moderadamente sedado y en una habitación de paredes acolchadas en la que imperaba un eterno silencio y a tres metros del suelo se distinguía un alargado cristal opaco, bajo dos pequeños altavoces situados en ambas esquinas, en el que tras él observaban y estudiaban día y noche al sujeto.
— ¿Qué más recuerda señor Jason?— Preguntó fascinado mediante la megafonía de la habitación el Doctor Paterson, uno de los científicos secretos más prestigiosos del país, mientras escribía sobre el papel anotando todos y cada uno de los detalles que el Cabo decía recordar.
— Los postes, los postes disparan rayos gamma y sólo los cíclopes pueden luchar contra ellos y tienen tres ojos, dos antenas sobre la cabeza, son altos, muy altos y…—.
El Coronel Steven se encontraba al otro lado del cristal junto al Doctor Paterson mostrándose escéptico ante los informes que estaba leyendo y lo que escuchaba, estiró su brazo hacia la mesa de control y desconectó los altavoces.
—Está como una auténtica regadera, no ha podido desaparecer así porque sí el resto de la tripulación. Tengo a toda la prensa esperando ahí afuera una respuesta y al Jefe de Estado Mayor esperando un informe creíble—, dijo el Coronel enfurecido.
—Cabe la certeza de que todo lo que dice sea invención suya derivada de la presión psicológica debido a la soledad del espacio pero dadas las evidencias y pruebas secretas que disponemos sobre la existencia de vida extraterrestre, juraría, Coronel, que es cien por cien probable que todo esto sea cierto. Así que salga ahí fuera, haga lo que tenga que hacer y déjeme hacer mi trabajo.
— ¿Y dice usted Doctor que Jason tiene alojado en su cerebro una especie de chip?—, exclamó extrañado el Coronel Steven.
— Todavía no sabemos de qué se trata, señor. Pero localizado el mismo en una zona tan vital del cerebro como es entre la zona motora primaria y la somestésica todo cabe indicar que no hay forma humana tan precisa como para alojar lo que quiera que sea esa cosa. Jason no
tiene ni una sola cicatriz en su cabeza—. Hubo un momento de silencio. Ambos se miraron y el Coronel Steven apretó los dientes y se frotó su alargada cara con una de sus manos.
—M I E R D A, M I E R D A, M I E R D A —.El Coronel tomó su petaca, estaba sudando y tenía la boca tan seca y pastosa que la comisura de sus labios era completamente blanca, dio dos tragos se relamió y ofreció de beber al Doctor.
—No gracias, Coronel. No bebo trabajando y ahora si me disculpa, desearía continuar con mi trabajo.
Jason continúa conversando con el resto de la tripulación aislado en su habitación acolchada. El Coronel abandona la estancia.
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— Como ya saben ustedes la tierra es un planeta que se encuentra en el sistema solar, calculamos que aproximadamente hay unos siete mil millones de terrícolas en él y son tan estólidos que se matan entre ellos para gozar de una serie de privilegios sobre el resto—, Explicaba Yuma, el monitor de la mayor reserva especista de Marte, ante un dilatado número de marcianos altos, con dos antenas y tres ojos, los Ruyers.
—A su derecha podrán contemplar dos ejemplares machos y dos ejemplares de hembras terrícolas a los que se les ha implantado un microsensor Saity 2.0, el quinto ejemplar, otro macho, fue liberado con Saity 2.3 en su cerebro, con ello estamos en continuo seguimiento y él a su vez junto a los cuatro ejemplares que tienen ante ustedes creemos que llegarán algún día a dominar las ondas telepáticas que les proporcionan los microsensores llegando a comunicarse entre ellos y a su vez, con nosotros. Y más de uno de ustedes se preguntará ¿para qué queremos que se comuniquen?, muy sencillo;sería una forma de entablar relaciones directas con terrícolas pero no con terrícolas cualquiera como hasta ahora, no. Estamos hablando de los que dominan la ciencia; científicos, investigadores y sabios. No, no son los dueños de la tierra, lo sabemos, pero trabajan para ellos y nos llevarán hasta donde quieran que estén y los mataremos— Explicó Yuma al grupo de unos 20 Ruyers que habían ido a visitar el Centro Especista, una especie de zoológico en la que se encerraban a centenares de especies de diferentes planetas cada una de ellas en enormes burbujas de ecosistemas idénticos a los de su hábitat.
Así que el Coronel Stratham se emparejó con la piloto Justine Flauvert, la Teniente Norimaki con el Oficial Nabokou. Todo era muy romántico, gozaban de la tranquilidad de una isla con palmeras, había monos, agua potable y un mar con fauna marina que abarcaba hasta las paredes de la burbuja, un ecosistema propio en el que la vida era idénticamente igual a la de la tierra, aquel planeta que poco echaban en falta. El Cabo Jason acabó sus días recluido en un lugar secreto bebiendo sus propios orines y hablando en soledad.
La noticia de la explosión de la nave con la consiguiente muerte de los cinco tripulantes corrió como la pólvora por todo el mundo e incluso se hicieron funerales de estado en EEUU a la tripulación.
A los tres meses sólo los familiares y amigos de los 5 astronautas se acordaban de ellos.
Las cosas ya no son como son, son como las dice la televisión.
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Este relato es otro reto del grupo literario Insectos comunes en el que yo debía de tener una cita a ciegas con otr@ miembro del grupo. En mi caso, la cita me tocó con Benjamín Recacha y este es su relato: "Los crueles postes rojos".


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