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martes, 24 de enero de 2017

El Hades (sendero biológico de refugiados)



Un refugiado carga a su bebé en una estación de tren del sur de Serbia. AFP / DIMITAR DILKOFF

















De todos los violentos caminos;
despertares,
tras cada barca;
 un nuevo eterno cielo azul.
Ilusiones quizá.
Yo me quemé las cejas
cuando descubrí a Emily Dickinson,
él con su pequeña a cuestas,
los pies descalzos a veinte bajo cero.
Mientras en la zona muerta
otra niña inocente aprendió a llover;
desdichas, tristezas y por qué(s)
porque a ella le dieron un pasaporte
que precedía a la ciudad deshabitada,
el país sin nombre,
un lugar más triste que el final de Peter Pan.
Y bajo el resentimiento que renace de su hambre
el buitre europeo se dejó caer.
Hay párrafos que gritan y se lamentan;
—¡¡ayuda!!—
Pero el veneno creador de zombis los silenció
Clic, clac,
el espectro de políticos que comen langosta
nunca a la altura está.
—Reducidlo todo a escombros, por favor—
polvo y cenizas
que la sublime ventisca ya se llevó
las desdichas, tristezas y por qué(s)
de los ojos tristes y apagados
de aquella niña inocente que aprendió a llover.

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