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jueves, 16 de noviembre de 2017

La ciudad desde el tobogán


Ilustración; Amanda Cass
Algunos calcaron su eco y derrumbaron hojas perennes,
era demasiado temprano para ofrecer un juicio razonable y ella
había soñado tanto en la ciudad —donde todo son jirones—
que, solidarios a las hojas, hasta corazones cayeron hechos pedazos,
a las ocho de la tarde.
Desde su tobogán siempre hubo una tregua,  un tiempo,
un momento y una ocasión para todo
pero el guión de la urbe sobradamente lo conocía;
era gris, simple, monótono, aburrido, cíclico y repetido.
Y si a las ocho de la tarde
las farolas entienden de naufragios,
todas las soñadoras buscarán luciérnagas
a las que contar escabrosas agonías.
No, desde aquí las calles no entienden de nombres ni de sueños,
ni de hojas perennes ni corazones que caen con responsabilidad.
Unos las deambulan hundiendo la cabeza,
otros —creyendo escapar— las sobrevuelan entre venenos.
Desde su tobogán la ciudad más rara es negra, sórdida, abismal
siempre, siempre a las ocho de la tarde.
 



















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