Inventando
historias que ni llevan ni llegan a ningún lado.
Para mi buena amiga Karen
Manzur.
Ensaimadas de Mallorca |
Se tocó la frente con la mano, el
reloj fijado a la pared, al igual que sus pesados párpados, soportaban las
cinco y veintisiete de la mañana. No tenía sueño, hacía días que no sabía qué
era eso de cerrar los ojos. Su diminuto apartamento olía excesivamente a café y
mate. Sobre la mesa del ordenador, dos periódicos de días pasados plasmaban en
sendas portadas la misma noticia; “Hallado un zulo con discos de Led Zeppelin en el monte Tibidabo”. En la
papelera se acumulaban decenas de
papeles arrugados, papeles y papeles en los que ella, inútilmente, había
tratado de plasmar las impresiones de aquellos últimos días, entre clínex, palitos de chupachups
y restos secos de ensaimada.
Había asumido la muerte de John
Bonham, ahogado en su propio vómito,
pero la noticia sobre el hallazgo del zulo la había descolocado por
completo. —Toda la colección en manos de
unos impresentables con placa, todo mi esfuerzo al carajo—, pensó. Cogió la
caja de Zyprexa, era la hora y abrió
un blíster, comenzó a chupar un comprimido. Aquella situación, no llamaba a la
cordura pero nada ni nadie la iba a parar. Tomó un disco al azar; Led Zeppelin IV, —el puto disco sin título
de estos cabronazos—, se dijo a sí misma. Hace años que lo compró por
cuatro duros en un mercadillo de trueque y venta de ocasión en Palma, y era de
lo más curioso; decían que las runas, aquellos símbolos de la portada,
correspondían a cada uno de los cuatro miembros de la banda. Hubiera jurado por
Neptuno que aquello me parecía de lo más ególatra pero no por ello iba a dejar
de escuchar aquella jodida joya musical. Subió levemente el volumen, el pulso
la traicionaba pero consiguió dejar caer delicadamente el brazo del giradiscos
sobre la primera canción; —Black Dog,
es excesivamente buena, con café mañanero
sienta mejor—, asumió sonriendo mientras liaba otro cigarrillo y preparaba nueva
cafetera. El pulso, los ojos, su cabeza, tenía los nervios a flor de piel y
eran sólo las ocho de la mañana.
Disco de Led Zeppelin IV |
No hay nada mejor que una buena
ducha para empezar el día como el resto de los mortales. Se vistió y, ojerosa,
bajó a comprar pan y ensaimada a la panadería de “Jevitron”, un tipo muy majo;
heavy por fuera, panadero por dentro como el de “Os diplomáticos do Monte Alto”. La panadería la pillaba a dos
manzanas de casa, pero no importaba, siempre compraba a “Jevitron”.
La plaça del Mercadal apesta a
orines, la gente noctámbula no tiene dónde orinar y por eso acuden en tropel
hasta allí. Por las noches que “Jevitron” no tiene que amasar pan, también
forma parte de ese tropel de gente que se está orinando y no encuentra el lugar
apropiado para descargar, pero su condición de ateo le obliga a hacerlo en los
muros de la catedral o, dependiendo en la zona que se encuentre, dentro de
algún cajero, no importa de qué Banco o Caja de Ahorros sea, son todos igual de
ladrones e iban a pagar por ello, lo que “Jevitrón” ignora es quién limpia los
orines al día siguiente. Julieta, la mujer de la limpieza, la que está
subcontratada por el ayuntamiento, cobrando un mísero sueldo y la misma que
había sido mujer de un policía franquista que la maltrataba y la sigue
acosando, el policía en sí, un tipo elegante —a lo Robert de Niro—, era
frecuente verlo en televisión, en un anuncio de la DGS contra el maltrato
animal. Ahora estaban separados y los asuntos sociales no le habían ofrecido a
Julieta protección sino un trabajo como limpiadora de Bancos y Cajas de Ahorro,
trabajaba veinte horas semanales por cuatrocientos seis euros al mes, pagaba
cuatrocientos ochenta de hipoteca y por las noches, mientras “Jevitrón” orinaba
por Bancos, Cajas de Ahorro y catedrales, Julieta se humillaba por cuatro duros.
John Bonham |
Con la ensaimada, el pan y el diario
bajo el brazo Karen tomó el camino de vuelta a casa. Se cruzó con Julieta que
madrugaba casi sin dormir para limpiar Bancos y Cajas de Ahorros donde indeseables
se dejaban las entrañas y los orines. No se conocían, pero ambas se miraron con
reciprocidad, las ojeras en ojos ajenos no perdonaban. Los párpados de Karen
comenzaban a pesar y la necesidad de dormir comenzó a pasar factura.
Encendió el ordenador mientras la
aguja del giradiscos repetía y repetía el sonido característico del estriado
central del disco Led Zeppelin IV y
cayó en la conclusión de que había dejado unas rebanadas de pan en la
tostadora. El humo llenaba la cocina y Karen abrió el ventanal y la puerta del
patio exterior. Maldijo aquella maldita tostadora, la única en el mercado capaz
de darle sabor a ajo o manteca eco vegan al pan. El mecanismo de aquel aparato
era muy sencillo; unas cápsulas de sabor artificial concentrado ofrecían, con
sólo seleccionar un botón, diferentes
sabores a la tostada, tanto si la querías con gusto a ajo, manteca, o aceite
con tomate y sal, eso sí, todo muy eco, muy bio y muy vegan.
¿Para cuándo un AirGüik con perfume a estofado vegano?
Los vecinos, alertados por el humo
llamaron a los bomberos y éstos junto a la policía se personaron en casa de
Karen.
Ella recogió todos sus discos.
Estaban guardados en cajones y los escondió bajo el colchón de la cama. Abrió
la puerta.
—Señorita, ¿sería usted tan amable
de dejarnos pasar? Sólo queremos asegurarnos de que todo está en orden—
profirió el ex marido de Julieta mientras se rascaba la nariz.
Karen se sorprendió; — ¿Es, es, es
usted Alfredo Landa?— Titubeó.
Su ídolo televisivo acababa de
plantarse en la puerta de su casa. Eso era la ostia. Pero joder, si ese tipo
había palmado hacía años. ¿Qué ostias hacía allí?
—Se equivoca señorita, yo no soy
Alfredo Landa, soy el comisario Gutiérrez. —
—Estás flipando, tú eres Alfredo
Landa. Y por esta puerta no pasa ni Dios a menos que sea con una orden
judicial. — Insistió Karen y cerró la puerta dando plantón de par de narices a
las autoridades.
Se sentó en el sofá y comenzó a liar
otro cigarrillo mientras oía cómo bajaban las escaleras.
Las cosas a veces no salen como una
quiere y se ponen feas, muy feas. Lo del zulo me pone muy nerviosa aunque ya no
sé si es el café o qué.
Karen estaba pensativa. Con el cigarrillo
en la mano, agarró un libro de la estantería, “El vuelo de Ícaro”. Sobre el sofá una camiseta de “The
Smiths” si no fuera porque es nueva, diría que es vintage. Se la dejó olvidada
el capullo de Manu, un gilipollas que escribe gilipolleces, tiene un dibujo de
lo más original, sobre el casco de un militar se lee; “La carne es asesinato”. Ella no come carne.
Piensa para sí misma; no sé si me
preocupa más el quedarme sin esas joyas musicales o que hayan caído en las manos
de unos impresentables.
En el barrio hay mucha tensión, la
gente habla de un tiroteo y desde el balcón, Karen distingue el cuerpo tendido
de Alfredo Landa. —Joder, ¿le han volado la cabeza? Acababa de estar detrás de
mi puerta—.
Ensaimadas sin hacer |
Jevitron le cuenta al otro lado de
la línea, que el comisario, tras asesinar a su ex mujer, se ha volado los sesos
en mitad de la calle.
Ya nada será lo mismo, Julieta no
limpiará cajeros ni se prostituirá por las noches para llenar la nevera y
tampoco comprará el pan, como Karen, al chico heavy-metal que por las noches se
orina en los cajeros y en la catedral. Para Karen tampoco nada volverá a ser lo
mismo. En el periódico su cara, el titular lo dice todo; Se busca.
Sus huellas fueron encontradas en
los discos de Led Zeppelin.Y tener
discos musicales es ilegal desde hace veinticinco años.
Ella tiene un as bajo la manga y el
comodín de la llamada lo emplea telefoneando a Morrissey, su alter ego, pero
éste poco o nada puede hacer y Karen termina con sus huesos en la cárcel del
condado.
Alguien desconocido ha pagado su
fianza, pero esto es otra historia.
No me toméis en serio, por favor.
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