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jueves, 2 de agosto de 2018

Gorriones en el asilo


  
 Ilustración; Cecilia Bustos
C
ada vida, momentos. El suyo aquel, en el que los gorriones acortan distancias con algunos humanos. Unas paredes en las que las agujas del tiempo hacen crujir los relojes y se revierten eternos como losas. La anciana alentada por los trinos, piensa  que ha vuelto a abrir los ojos tras otro día más de artificial somnolencia. Apoyada en su bastón cuenta los pasos que la separan del cajón del armario para coger un puñado de pan duro que guarda en la bolsa de la esperanza. A pesar de hacer lo mismo cada día, la bolsa nunca se vacía del todo. Los pajarillos confiados por la naturalidad que emana la señora, revolotean felices, seguros y picotean de las esperanzas que, en su soledad, guarda con lealtad cada día para ellos.
Hoy la tarde es menos impaciente, algunos pajarillos observan desde el alféizar de una de las ventanas superiores la soledad de la anciana y ésta alza la vista, suspira y con anhelo persevera escribiendo su última promesa que, esa misma noche, guardará dentro de la bolsa;

¡Ay, pajarillos!
Aquí dentro escasea la vida, saboreo el desuso de observar y apuntalo un malestar que a mi vida arrastrará.
¡Ay, hoy! Corta se hace la distancia que nos separa.
Esperadme. Dejaré de crecer, el viaje será corto, pajarillos. Que paren los relojes en el momento en el que, de la mano, con vosotros volaré.