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Ilustración; Cecilia Bustos |
Cada vida, momentos. El
suyo aquel, en el que los gorriones acortan distancias con algunos humanos. Unas
paredes en las que las agujas del tiempo hacen crujir los relojes y se revierten
eternos como losas. La anciana alentada por los trinos, piensa que ha vuelto a abrir los ojos tras otro día
más de artificial somnolencia. Apoyada en su bastón cuenta los pasos que la
separan del cajón del armario para coger un puñado de pan duro que guarda en la
bolsa de la esperanza. A pesar de hacer lo mismo cada día, la bolsa nunca se
vacía del todo. Los pajarillos confiados por la naturalidad que emana la señora,
revolotean felices, seguros y picotean de las esperanzas que, en su soledad, guarda
con lealtad cada día para ellos.
Hoy la tarde es menos
impaciente, algunos pajarillos observan desde el alféizar de una de las
ventanas superiores la soledad de la anciana y ésta alza la vista, suspira y
con anhelo persevera escribiendo su última promesa que, esa misma noche, guardará
dentro de la bolsa;
¡Ay, pajarillos!
Aquí dentro escasea la vida, saboreo el desuso de observar y apuntalo un
malestar que a mi vida arrastrará.
¡Ay, hoy! Corta se hace la distancia que nos separa.
Esperadme. Dejaré de crecer, el viaje será corto, pajarillos. Que paren
los relojes en el momento en el que, de la mano, con vosotros volaré.