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sábado, 4 de febrero de 2012

Capítulo 23; Paolo y Flavia.

Había regresado de Ciudad de México para establecerme durante cuatro meses en Caracas. Mi intención era conocer más a fondo la revolución Bolivariana y así lo hice.  En el transcurso de esos meses asistí a varias Charlas Formativas en las que se intensificaban iniciativas de Resistencia frente a las multinacionales, en concreto frente a Repsol YPF. En una de ellas conocí a Paolo Sandoval, lo que hizo que mi estancia se alargara mucho más de lo previsto. Paolo era argentino, activista y solidario. Con unas cualidades que lo hacían especial. Destaco que era capaz de esquejar cualquier planta y así me lo demostró en los tres meses que pasamos alojados en el sudoeste de Venezuela, en el estado de Apure, en  casa de Flavia, una chica argentina también, amiga carnal de él y con la que entablé muy buena amistad. Había nacido sorda y tenía un sentido especial para oír, sobretodo cuando me daba por cantar en la artesanal ducha que ella había fabricado. Siempre se reía, era muy feliz y así lo vislumbraba a diario con su sonrisa.
Volviendo a las cualidades de mi amigo Paolo, os diré que en casa de Flavia, había todo tipo de plantas y flores que él, con mimo, ternura y dedicación, cuidaba. Resultaba impresionante ver como clonaba plantas, cortándolas por uno de los tallos y untando éstos en una especie de masa que él mismo fabricaba con yare de yuca amarga y lodo previamente hervido. Dejaba los tallitos en unos corchos flotando en agua y en pocas semanas brotaban raíces. No había planta que no conociera ni que se le resistiera a ser, con éxito, clonada. Era un biólogo botánico autodidacta.
Un día fui con Flavia a una aldea algo distante a por unas yucas amargas, ella sabía como hacer pan de yuca y yo sabía del peligro que conlleva el no hacerlo bien. El pan de yuca amarga se denomina casabe, es muy típico y cuando durante su preparación no se deja secar bien, su ingesta resulta mortal. Ese día, durante el camino, vimos cocodrilos en el rio y Flavia se emocionaba cuando me veía asombrado, observándolos. Dejando atrás el rio pudimos observar Garzas Rojas comiendo copiosamente en una gran charca. Increíbles.
Habíamos llegado a nuestro destino, las ampollas de mis pies eran testigo doloroso de la pateada que nos habíamos dado.  Cambiamos varias artesanías que Flavia hacía y que llevábamos en nuestras mochilas, por unos kilos de yucas amargas y algo más de comida, también nos invitaron a probar el Yalaki. Me di un ungüento casero en los pies y éste alivió inmediatamente el dolor que me producían las ampollas que aunque no las curara del todo, me resultó de gran alivio. Y así, la vuelta fue más liviana a pesar que llevábamos más peso.
Había pasado más de tres meses de convivencia con Paolo y Flavia y ahora teníamos que tomar caminos distintos. Paolo había dado una tregua parcial a su militancia durante el tiempo que estuve con ellos en Apure y ahora debía romperla, partiría hacia el sur de Chile con el objetivo de apoyar la lucha que llevan a cabo las comunidades Mapuches en Resistencia, para recuperar sus tierras. El microclima que había creado en el invernadero permitiría a las flores y plantas salir adelante por sí mismas. Flavia viajaría a Cuba para, en dos meses,  retomar  sus estudios de medicina en la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas y yo proseguí mi viaje hacia Caracas para allí, con un billete de estraperlo, volar diecinueve horas hasta París. Mi intención, rencontrarme con mi viejo amigo Gillou y con la inagotable rabia que fluía de los bafles de Keny Arkana.
Pero eso,  es otra historia que os contaré en otro momento.

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