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jueves, 27 de septiembre de 2012

Durmiendo Con Alejandra Pizarnik.




“Una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío.”
(“Amantes” 1.965. Alejandra Pizarnik, 1936-1972.)


    Hoy te peinas ante un lóbrego
espejo que refleja impolutas desidias.
Sientes acritud,
son las manos de la muerte
que moldean el talante
de tu encrespado cabello negro.
Alejandra Pizarnik enamorada,
del viento y
de aquel que mece tus sueños
y deshiela corazones
que cautivaste;
con una pared que tiembla
cuando le cantaste
a la tristeza de lo que nace,
al amor errante,
al frío de un verano extinto y
a las lágrimas de alguien que midió sollozando
la extensión del Alba.

Así fue tu camino de la esencia y
y de la existencia,
el que ofrece aliento
en tus guaridas 
tiernas y oscuras
que supuran
estilo, creatividad
y letras a la luna.



martes, 25 de septiembre de 2012

Isótopos Radioactivos (III).



“¿Por qué me duelen los ojos?
Porque nunca los habías usado.
"¿Qué es "real"? ¿Cómo defines "real"?
Si hablas de lo que puedes sentir,
lo que puedes oler, probar y ver,
 lo "real" son impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta."
(MATRIX. Larry y Andy Wachowski.)

       Grité a la vez que cerraba los ojos. Lancé un chillido como jamás antes lo había hecho, mientras, en mi oscuridad esperaba sin decir agua va, ser atacado por aquellos perros cuya furia se reflejaba en la espuma blanca que afloraban sus fauces. Derramando inhumanos pensamientos,  volví a cerrar los ojos con fuerza para dejarlos así todo el tiempo.
¿Dónde me morderían primero? ¿En cuantos segundos se me iba a ir la vida?
Sentí el miedo cabalgando sobre mí. En cada bello y en cada milímetro cuadrado de mi piel la sensación de pánico era tan descomunal que apenas podía gesticular movimiento alguno, la percepción  de lo que sospechaba evidente me poseía, estaba completamente paralizado. Todo lo que me rodeaba y vivía en ese instante era autentico espanto, extracto puro de un miedo recién extraído del alambique de mi amígdala cerebral.
Los segundos pasaban, desconozco el tiempo que permanecí contraído.
Me atreví a abrir los ojos, primero uno y después el otro.
Esperando tener aquellas fauces de espuma frente a mi cara, aquellos colmillos a punto de despedazarme encontré la diferencia reflejada en mi retina, la otra cara de la moneda, la tierra sembrada de letras, de alguna manera las que dejaron en el tintero aquellos que desatendieron normas.
Desperté, sí pero ¿En qué condición o contextura lo hice?
Ahí estaban algunos mirándome; Charles el que nació para robar rosas de las avenidas de la muerte, también Alejandra con sus excesos de noche y de silencio, mi amigo Tomás entonces supuse, volvería  a estar allí en su esquina, con su saxofón.  Y yo, que no sabía si estaba recordando tiempos felices o todo era una ilusión, una alucinación, quizás el anhelo del sueño que me robaron justo cuando fue todo tan bonito.
Froté mis manos de arriba abajo por mi cara resaltando sobre mis ojos con los dedos, como si quisiera achinarlos. Era innegable, estaba despierto.
Mi controversia interior vino marcada por las gaviotas que en mi sueño me sobrevolaron, pronto supe que no fueron más que luces en un estado paliativo.
Qué horror de sueño.
Allí estaba la enfermera, controlando mi despertar;
(Ella, sonriendo)-Bienvenido. Ha salido todo muy bien. ¿Cómo te encuentras?-
(Yo, flipando)-Creo que me he pasado toda la prueba hundiéndome sin parar en una turbia pesadilla, estoy un poco confuso, la verdad.-
(Ella)-Es normal, pero se te pasará.  El radiofármaco  permanecerá residualmente durante unos días en la barrera hematoencefálica. Tómate tu tiempo aquí tumbado, cuando estés mejor puedes ir levantándote despacio. Pronto podrás marchar. Te puedo traer un zumo si quieres.-
(Yo)-Muchas gracias, muy amable. (…y muy guapa, pienso)-
(Ella)-Ahora mismo te lo traigo.-
Y salió por la puerta, dejándome a solas en aquella habitación con una ventana.
Con un poco de maña conseguí  quedarme sentado en la cama, mis pies no llegaron a alcanzar el suelo, los miré y moví los dedos, pareciendo éstos burlarse de mí.
Mantuve muy bien el equilibrio. Localicé con la vista mi ropa, estaba  encima de aquella mesita y debajo de ésta mis zapatillas con los calcetines dentro, tal y como los había dejado al entrar a la otra sala a media mañana.
Acercándome a la ventana pensé en el sueño que había tenido. A veces es increíble las malas pasadas que nos juega el cerebro, qué extraños son los sueños y qué reales algunos, pero bueno, al fin y al cabo lo de ese día fue un sueño de esos que costará olvidar, tan real que aún perduraba la sensación del fétido olor del aire en mi garganta, qué asco.
Se me pasó por la cabeza escribir un panfleto incendiario que hablara sobre él. Todo se andará.

Vuelvo a ser yo.
Qué bonito se ve todo por la ventana, desde aquí veo el mar y las gaviotas, la tarde que hace invita a pasear, ya lo creo que sí. Desconozco a qué altura estará esta planta, pero hay buenas vistas.
Las jodidas manchas negras de mis ojos no desaparecen ni por casualidad, con el azul del cielo se destacan más, miodesopsias les llaman.
No puedo abrir la ventana, el enganche parece estar atascado. Desde aquí puedo ver, a lo lejos, la cafetería, me apetece tomar un helado de esos de turrón, ahora cuando salga de aquí lo haré.
Un momento, creo que olvidé pagar el café de esta mañana.
Mierda no puede ser. Clavo la mirada, desde este lado del cristal, en algo que he vivido o ¿soñado?
Aquellos niños jugando a la comba y aquel chico del banco ¿no es mi amigo Tomás?

Oigo ruido, creo que se acerca la enfermera con el zumo.
TOC, TOC!!
(Yo, con gesto de incredulidad)-Adelante.-

La puerta se abre y allí está ella otra vez, la niña de tez blanca y ojeras sujetando un zumo. Un escalofrío me recorre el cuerpo. Voy a morir.
(Ella, mirándome fijamente y con voz tenebrosa)-Señor, traigo un zumo para usted. Mis amigos me han dicho si viene a jugar con nosotros a la comba porque Tomás no puede hacerlo.-

En ese momento me da la risa floja, no puedo evitar descojonarme. Me resulta muy original, verme en pelotas embutido en una bata verde de hospital, simulando estar en Palamós, cuando realmente estoy en el balneario abandonado de Markina, a veinte minutos de la playa intentando rodar un corto de terror con una historia que escribí en el año ciento treinta y cinco después de Lenin y mirando a Jaione a sus veintinueve años haciéndose pasar por una cría de diez con su cara pintada de blanco, hablándome mientras aguanta un vaso de agua que simula ser zumo, a Ion súper serio grabando con la cámara y dándolo todo, a Sebas partiéndose la caja aguantando un panel reflector y a Mónica sujetando un micrófono pértiga mirando al suelo para no mearse de la risa.
(Mónica, floja de risa, no puede terminar la frase)-Conozco un bar en Ondarru….
(Ion, mirándome muy serio)-Joder jambo, que solo nos queda por grabar esto y la escena de cuando te vuelves a despertar.
(Jaione, deja el vaso en el suelo y se agacha llorando de risa a más no poder)-Me he meado un poco.

Oímos ruidos en la planta de abajo y detrás de Jaione por la puerta del cuarto del balneario abandonado donde nos encontramos, aparecen tres armarios con patas que se muestran interesados en nosotr@s y en nuestros DNI´s.
Pero eso es otra historia…

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Isótopos Radioactivos (II).



“Despierta Neo…
¿Nunca has tenido la sensación de no saber
si estás despierto o soñando?
Estoy intentando liberar tu mente, Neo.
Pero sólo te puedo mostrar la puerta.
Tú tienes que atravesarla.”
(MATRIX. Larry y Andy Wachowski.)
 
Qué cabeza la mía, después de recoger mis pertenencias y vestirme, tuve un momento de lucidez, había olvidado pagar el café de por la mañana. Me asaltaban los pensamientos;

-¿Quién sabe si es posible que haya sucumbido a la atracción de ser un semidiós y por eso me acuerdo? con tanta radioactividad en mi interior uno cree sentir luminiscencias desbocando sus entrañas-

Por la misma puerta que entré al subsuelo, salgo. Es tarde, me habré pasado unas seis horas ahí dentro, como una piltrafa humana al servicio de la ciencia. Un engrama que me vicia de muerte de los pies a la cabeza.
Avanzo despacio, ahí enfrente está la ciudad, respiro el olor a salitre característico de una villa cercana al mar. Me paro para observar que estoy íntegro, inspiro suave pero espiro con fuerza de tal manera que el aire que se escapa entre mis labios silba inflando mis mofletes como si otra vez más hubiera salvado mi culo. Las manchas de mi vista siguen conmigo, son mis aliadas y con el sol de la tarde su presencia es más significativa.
Despego con tiento el esparadrapo de mi mano y lo dejo en la papelera que hay fuera en una de las farolas cercanas al edificio. Dispuesto estoy, una vez más, a mimetizarme entre la urbe para llegar a la cafetería. Le pediré disculpas a la camarera y pagaré el café.
Avanzo por la acera algo confuso, posiblemente mi organismo no ha terminado de asimilar la medicación moderadamente radioactiva que me ha sido suministrada para las pruebas médicas. No es como otras veces pero pienso en que ya se pasará.
Caminando veo gaviotas volar y el mar a lo lejos. Hace una tarde de la ostia y todavía no me he cruzado con nadie. Seguramente estarán viendo sus programas favoritos; ese en el que una panda de drogadictos vocingleros, bien vestidos y con un bolígrafo en la mano, hablan en tono pedante-estridente sobre sus intimidades o aquél otro en el que unas arpías desclasadas se menosprecian degradándose para satisfacción de unos garrulos ignorantes que no ven más allá de esteroides y anabolizantes. Patético.
Me acerco ya a la parte trasera de cafetería, es sorprendente que ni tan siquiera haya visto un alma por la calle. Seguro que también hay futbol. Sonrío irónicamente por dentro, qué mundo éste en el que sobrevivimos.
Hay silencio y camino solo. El mutismo es quebrantado por el aire con olor a mar que seca insistentemente mis ojos y profanado bruscamente, a lo lejos, en mis espaldas por una imprevista espectadora, una cría de unos ocho o diez años que asomando su cara, blanca como un folio, por una de las esquinas de la calle solitaria, grita sonriendo:
-Pssss..pssss…Señor, venga por favor!-
Señor me dice, vaya, veo que me hago mayor. Con un gesto de incredulidad la miro, cambio de mano mi cuaderno de panfletos incendiarios y avanzo hacia ella fijándome con asombro en sus oscuros ojos a la par que se pierde tras la esquina de la calle vacía. Joder, esto es la leche. No me ha dado tiempo a ver por donde se iba. El aire ahora no es salitroso sino más bien fétido, me paro y miro a mi alrededor, primero a la izquierda y a continuación a la derecha. Algo no funciona.
Exceptuando las gaviotas, sigo sin ver a nadie. Percibo un ligero ruido, como si algo golpeara el suelo con cada latido de mi corazón.
Esta sensación me está poniendo nervioso.
A lo lejos, cerca de la esquina donde suele tocar el saxofón mi amigo Tomás, empiezo a ver gente. Son unos niños que juegan a la comba, menos mal. Son cinco, de edades similares y todos ellos tienen un aspecto pálido, me acerco, distingo a la niña que me gritó.
La cuerda yace tirada en el suelo simulando una serpiente y los cinco niños de rostro apagado, mirándome, señalan la esquina donde cada mañana deleita mi amigo Tomás, con sus agradables melodías a su pueblo, Palamós. Su saxofón parece reposar abandonado junto a la pared.
Ningún niño dice nada, me dirijo hacia el instrumento musical. El olor del aire ahora es tan putrefacto que resulta molesto respirar. Me estoy poniendo de los nervios, necesito ver a alguien sensato que me diga qué está pasando.
Con el saxofón en la mano me dirijo hacia donde están los niños, la comba permanece inerte en el suelo y ellos me miran, se ríen y salen corriendo en dirección contraria a mí, solo uno se para a unos cien metros señalando nuevamente con su dedo la playa. Allí distingo a alguien sentado en un banco frente al mar. Me acerco, qué sorpresa, se trata de mi amigo el saxofonista.
-Hola Tomás.-
Tomás está mirando un punto fijo, ni se inmuta. Su rostro es blanco como el de los niños, sus ojeras muy pronunciadas y su piel…
- Te traigo tu saxofón-
En ese momento, sin articular movimiento corporal alguno, mueve lentamente sus ojos clavándolos en los míos durante unos segundos antes de bajarlos hasta el saxofón que sostengo en mi mano izquierda y con voz tan apagada como su rostro, me dice;
-Yo no soy Tomás… tampoco soy músico.
Ahora sí que tengo erizado el bello. Me doy cuenta de que no tengo ni saliva, el hedor del aire me ha secado la garganta. Las gaviotas surcan el aire, ajenas a lo que estoy viviendo bajo sus vuelos. Yo insisto;
-Tomás, ¿y tus manos?...tus, tus dientes.
El corazón lo tengo al borde del infarto. No tiene manos, su boca sin dientes y negra me hacen estremecer. Estoy aterrorizado.
Él habla de nuevo;
- Tomás, fue un reflejo en un cristal. Aquí hay una forma de vida que te pertenece, tómala o húndete para siempre en la acogedora sensación del silencio-
Sus palabras son finas aristas que se clavan en mi cerebro. Mientras lo miro con espanto, reculo sin éxito, mis temblantes piernas no me dejan. Trato de huir corriendo pero me caigo.
Sentado en el suelo busco solución entre mi memoria revuelta, ya lo tengo, llamaré por el móvil. Lo saco de mi riñonera, mi mano tiembla. ¿Qué ostias? es un espejo, mi móvil es un puto espejo con la apariencia de un móvil, mi reflejo en él recuerda lo que fui ayer o hace tan solo unas horas.
Tomás o lo que sea, clava su mirada al final de la calle.
Ahora sí que la he hecho buena.
Aquello que se acerca por allí… ¿son perros?
-Mierda-