¿Nunca
has tenido la sensación de no saber
si
estás despierto o soñando?
Estoy
intentando liberar tu mente, Neo.
Pero
sólo te puedo mostrar la puerta.
Tú
tienes que atravesarla.”
(MATRIX.
Larry y Andy Wachowski.)
Qué cabeza la mía, después de recoger mis
pertenencias y vestirme, tuve un momento de lucidez, había olvidado pagar el
café de por la mañana. Me asaltaban los pensamientos;
-¿Quién sabe si es posible que haya sucumbido a la atracción de ser un
semidiós y por eso me acuerdo? con tanta radioactividad en mi interior uno cree
sentir luminiscencias desbocando sus entrañas-
Por la misma puerta que
entré al subsuelo, salgo. Es tarde, me habré pasado unas seis horas ahí dentro,
como una piltrafa humana al servicio de la ciencia. Un engrama que me vicia de
muerte de los pies a la cabeza.
Avanzo despacio, ahí enfrente
está la ciudad, respiro el olor a salitre característico de una villa cercana
al mar. Me paro para observar que estoy íntegro, inspiro suave pero espiro con
fuerza de tal manera que el aire que se escapa entre mis labios silba inflando
mis mofletes como si otra vez más hubiera salvado mi culo. Las manchas de mi
vista siguen conmigo, son mis aliadas y con el sol de la tarde su presencia es más
significativa.
Despego con tiento el
esparadrapo de mi mano y lo dejo en la papelera que hay fuera en una de las
farolas cercanas al edificio. Dispuesto estoy, una vez más, a mimetizarme entre
la urbe para llegar a la cafetería. Le pediré disculpas a la camarera y pagaré
el café.
Avanzo por la acera algo
confuso, posiblemente mi organismo no ha terminado de asimilar la medicación
moderadamente radioactiva que me ha sido suministrada para las pruebas médicas.
No es como otras veces pero pienso en que ya se pasará.
Caminando veo gaviotas
volar y el mar a lo lejos. Hace una tarde de la ostia y todavía no me he
cruzado con nadie. Seguramente estarán viendo sus programas favoritos; ese en
el que una panda de drogadictos vocingleros, bien vestidos y con un bolígrafo
en la mano, hablan en tono pedante-estridente
sobre sus intimidades o aquél otro en el que unas arpías desclasadas se
menosprecian degradándose para satisfacción de unos garrulos ignorantes que no
ven más allá de esteroides y anabolizantes. Patético.
Me acerco ya a la parte
trasera de cafetería, es sorprendente que ni tan siquiera haya visto un alma
por la calle. Seguro que también hay futbol. Sonrío irónicamente por dentro,
qué mundo éste en el que sobrevivimos.
Hay silencio y camino
solo. El mutismo es quebrantado por el aire con olor a mar que seca insistentemente
mis ojos y profanado bruscamente, a lo lejos, en mis espaldas por una imprevista
espectadora, una cría de unos ocho o diez años que asomando su cara, blanca
como un folio, por una de las esquinas de la calle solitaria, grita sonriendo:
-Pssss..pssss…Señor, venga por favor!-
Señor me dice, vaya, veo
que me hago mayor. Con un gesto de incredulidad la miro, cambio de mano mi
cuaderno de panfletos incendiarios y avanzo hacia ella fijándome con asombro en
sus oscuros ojos a la par que se pierde tras la esquina de la calle vacía.
Joder, esto es la leche. No me ha dado tiempo a ver por donde se iba. El aire
ahora no es salitroso sino más bien fétido, me paro y miro a mi alrededor,
primero a la izquierda y a continuación a la derecha. Algo no funciona.
Exceptuando las gaviotas,
sigo sin ver a nadie. Percibo un ligero ruido, como si algo golpeara el suelo
con cada latido de mi corazón.
Esta sensación me está
poniendo nervioso.
A lo lejos, cerca de la
esquina donde suele tocar el saxofón mi amigo Tomás, empiezo a ver gente. Son unos
niños que juegan a la comba, menos mal. Son cinco, de edades similares y todos
ellos tienen un aspecto pálido, me acerco, distingo a la niña que me
gritó.
La cuerda yace tirada en
el suelo simulando una serpiente y los cinco niños de rostro apagado,
mirándome, señalan la esquina donde cada mañana deleita mi amigo Tomás, con sus
agradables melodías a su pueblo, Palamós. Su saxofón parece reposar abandonado junto
a la pared.
Ningún niño dice nada, me
dirijo hacia el instrumento musical. El olor del aire ahora es tan putrefacto
que resulta molesto respirar. Me estoy poniendo de los nervios, necesito ver a
alguien sensato que me diga qué está pasando.
Con el saxofón en la mano
me dirijo hacia donde están los niños, la comba permanece inerte en el suelo y
ellos me miran, se ríen y salen corriendo en dirección contraria a mí, solo uno
se para a unos cien metros señalando nuevamente con su dedo la playa. Allí
distingo a alguien sentado en un banco frente al mar. Me acerco, qué sorpresa, se
trata de mi amigo el saxofonista.
-Hola Tomás.-
Tomás está mirando un
punto fijo, ni se inmuta. Su rostro es blanco como el de los niños, sus ojeras
muy pronunciadas y su piel…
- Te traigo tu saxofón-
En ese momento, sin
articular movimiento corporal alguno, mueve lentamente sus ojos clavándolos en
los míos durante unos segundos antes de bajarlos hasta el saxofón que sostengo
en mi mano izquierda y con voz tan apagada como su rostro, me dice;
-Yo no soy Tomás… tampoco soy músico.
Ahora sí que tengo
erizado el bello. Me doy cuenta de que no tengo ni saliva, el hedor del aire me
ha secado la garganta. Las gaviotas surcan el aire, ajenas a lo que estoy
viviendo bajo sus vuelos. Yo insisto;
-Tomás, ¿y tus manos?...tus, tus dientes.
El corazón lo tengo al
borde del infarto. No tiene manos, su boca sin dientes y negra me hacen
estremecer. Estoy aterrorizado.
Él habla de nuevo;
- Tomás, fue un reflejo en un cristal. Aquí hay una forma de vida que
te pertenece, tómala o húndete
para siempre en la acogedora sensación del silencio-
Sus palabras son finas
aristas que se clavan en mi cerebro. Mientras lo miro con espanto, reculo sin
éxito, mis temblantes piernas no me dejan. Trato de huir corriendo pero me
caigo.
Sentado en el suelo busco
solución entre mi memoria revuelta, ya lo tengo, llamaré por el móvil. Lo saco
de mi riñonera, mi mano tiembla. ¿Qué ostias? es un espejo, mi móvil es un puto
espejo con la apariencia de un móvil, mi reflejo en él recuerda lo que fui ayer
o hace tan solo unas horas.
Tomás o lo que sea, clava
su mirada al final de la calle.
Ahora sí que la he hecho
buena.
Aquello que se acerca por
allí… ¿son perros?
-Mierda-
Despierta joder, que me pones nerviosa.
ResponderEliminarMás, más!!
Un beso
Despertó...jeje!!
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