Pages

domingo, 6 de octubre de 2013

Culpables De Soñar. (Nos Tildan De Soñadores Los Que Más Dormidos Están)





"No hay barrera,
cerradura ni cerrojo
que se pueda imponer
a la libertad de mi mente."
(Virginia Woolf. 1882-1941)





Durante el día subía la escalera de sueños y ésta me llevaba hasta el limbo. Allí todo era gaseoso e inmaterial. Libre como un pájaro, las horas y los días pasaron fugaces. Conocí a gente, insubordinados que como yo soñaban. Reí, jugué, follé, canté y escribí mis mejores canciones junto al lago. Pero los “sabelotodo pedantes” tacharon de profanas las fantasías aislando éstas y desplazándolas al margen de una línea prohibida, aquella que separa a justos de inmorales, a legales de ilegales, ordinarios de raros. Cortaron mis alas y forzado, abandoné mis sueños dejándolos atrás.
Entré a una cafetería y pedí a la chica de ojos optimistas un café con leche sin azucarillo pero con una pizca de amistad y dos galletas. Con qué poco me conformo, insinuó. Ella también habitaba clandestinamente el mundo de los sueños.

El aire oxidado, mohoso y corroído me recordó que debía volver a soñar pero ya era demasiado tarde. Sorprendido me eternicé atrapado en el alud de un mundo del cual renegaba. Esposado escribí poesías y éstas hablaban de muerte, de expiraciones y de agonías. Vi llorar a Emily Dickinson y también a Virginia Woolf, sollozaron hasta las nubes viendo a Alfonsina Storni siendo tragada por las aguas de la playa de La Perla y allí en una barca se dejaba mecer Alejandra Pizarnik, dejando caer al mar una a una hasta cincuenta pastillas de las que le brindaron más tarde su apócrifo descanso eterno, el sueño perenne, firme como la inmarcesible secuoya Hyperion, sólo como ella misma y sí, desde entonces acompañé al cielo con mi llanto.
Todo cambió, yo cambié, vosotros cambiasteis. Sentí como la luna me tiraba espinas envenenadas. Fue una metamorfosis áspera, para nada delicada. Recuerdo el olor dulzón al que me acostumbré, era el olor de los muertos y yo me miré angustiado, me encontraba entre ellos. Mierda.
En la junta, se congregaron los cabecillas; caciques, decanos, directores, alcaldes y también dirigentes de grupos insurrectos vestidos con chaquetas de pana dando el pego progre. Su intención no era otra que la de dar un severo escarmiento a aquel que había osado entrar en el mundo de los sueños. Reflexionaron durante incontables horas y el veredicto salió de sus bocas como guijarros disparados a muy poca distancia sobre mí. Una voz inflexible, honda como una luz sempiterna, expuso dictando sentencia:

-¡CULPABLE DE SOÑAR!

Y el mallete golpeó con tal fuerza sobre la peana que hizo encogerme. Con los puños apretados, en mi cabeza permanecía el veredicto, “culpable de soñar”, “culpable de soñar”, “culpable de soñar”, “culpable de soñar”…
Todos rieron, todos se felicitaron, clavando sus desprecios en mis vísceras. Sentí una indescriptible agonía, la jodida amargura de sentir moverse a millones de helmintos en mis tripas.
¿Y ahora qué?, pensé desde mis entrañas mientras el minúsculo tiempo se estancaba para mí.
Les grité;
-Pan y circo!¡Vuestras sentencias son opiniones. Me la suda vuestra jodida opinión, inquisidores de mierda, verdugos, prevaricadores! ¿Dormís tranquilos? Farsantes!  
Sintiendo la sensación de alguien que ya está enterrado me evadí soñando y desde el limbo volví a sentirme libre. Desde la aureola de mis sueños distinguí a los de las chaquetas de pana, tras sus máscaras, tildándome de ilegítimo, ladraban por lo bajo allí sentados comiendo de la mano de atroces verdugos. Cagándome sobre aquellas ratas miserables abandoné el puto anfiteatro mientras sentía como me embriagaba el aroma acogedor de un café preparado con voluntad, amor y amistad.
Follándonos en plena libertad, ella mordía la almohada de los sueños tratando sin remedio silenciar los gemidos que sus orgasmos provocaban y entre sudor susurré en su oreja;
-Algún día volveré porque a mí nadie me ha regalado nada. Algún día volveré, iré a por ellos porque la felicidad de los humildes siempre es subversiva-.
Y con su lengua en mi boca, silenció aquellas palabras, quitando las piedras del camino y señalando la senda Roja que nos conduciría, una vez más, hasta los sueños.
Agotado, sintiendo su respiración romper el silencio y con su flujo escribí;
-Algún día volveré e iré a por ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario