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domingo, 23 de febrero de 2014

Da Ternura— A Veces— Esperar (te)









¿Alguna vez los caracoles
no enamoraron a la lluvia?
(Veinticuatro preguntas para la noche del viernes.
Taller De Escritura. Errekaortu Gaztetxea)

  

 No espero naDA de nadie,
¿excepto de ti?
A veces y por torpeza; Te negaré,
otras,
—sin crEer en nadie —
—sin verte—
—sin ti—
… me derretiré.
Y sólo por algo creaR,
depositaré
—con diluido disimulo—
en un soplo de aire
lo que siento por ti
o también eN mil quinientos  dedales,
y en seis aviones de papel
qUe como pájaRos,
giran y tiran del carrusel
de esta soñadora cabezA,
salen y vuelven
vuelan y,
en añoranza, se van;
…en Fa sostenido
…en Do mayor
y a veces en Si bemol.
A veces,
en un parque oxidado y sin color
el tiempo sacudió sus pulgas,
corrieron felices
los niños sempiternos
tras un balón
viejo, roto y remendado.
Y ellos
sin vergüenza ni timidez;
dESobedeciéndolo
vencieron al tiempo,
sus rodillas soportaron caídas
entre risas, juegos y gusanos de seda,
y los perros ¿a quién ladran?
— ¿acaso es primavera?—
Y todo para ellos
resultará habitual.
Mientras yo impaciente esPEro
creando, creyendo y sin crecer.
Pero hoy desespero
y no espeRARé.
No, hoy no (te) regalaré mi tiempo
aunque la lluvia disimule estas lágrimas
vertidas por ojos derrotados,
hastiados y asqueados
que vieron como el tiempo
—en esto que vosotr@s,
l@s “normales”
llamáis vida—
añejó, caducó y olvidó
a unas cartas sin partida.
                                                  








jueves, 13 de febrero de 2014

Balada Para Un Perfume Del Tiempo.



"Te encontré 
por casualidad,
y las casualidades 
no existen"









  Cierro los ojos cuando te vienes a mi lado.
Me introduzco en pompas de jabón,
y salvando precipicios
vuelo entre la niebla.
Escucho el cantar de los pájaros,
hago un alto entre arboledas
y sigo con mi vuelo.
Libro nubes
y a desafiantes vientos,
llegando a la otra orilla
donde tienen alas los días
y vuelan junto al tiempo
que derrotó llagas del ayer.
¿Qué me hace pensar en lo efímero del viaje?
Pronto mis deseos y sueños serán pretéritos
y vencerá la costumbre
de sus espinas que arañan,
que hieren
y desgarran mi corazón.
Explotan las pompas de jabón,
se deshizo la ilusión.
Aire y hastío
en el instante terrible
para siempre me derrito
pensando en hasta cuándo…
                                                …volver a olerte.

lunes, 10 de febrero de 2014

Un Nuevo Huésped.


 "De mis ancestros conservo 
los ojos celestes,
 el cerebro estrecho
 y la imprudencia de la lucha."
                      (Arthur Rimbaud. 1854-1891.)
EL CAIRO.

AGOSTO DE 2013.

         Para Gisela, todo hacía pensar que el retorno a casa no iba a ser de lo más sugestivo. Había podido alargar durante dos meses más su encantadora estancia en el país del Nilo pero la hora de volver a Barcelona había llegado y atrás dejaría aquel territorio cálido y seco en el que tan acogida se había sentido.
La tarde anterior a su partida y con cierta melancolía, preparaba su maleta en aquel diminuto apartamento de Asuán que pocas veces había pisado debido a que la mayor parte de su trabajo lo realizaba a doscientos Kilómetros, in situ en las excavaciones.
Doblando suavemente sus ropas de lino recordaba los meses allí vividos, la misma nostalgia que la capturaba cuando seis meses antes partía desde Barcelona a Egipto dejando tras de sí a su pequeña familia, sus grandes amigos, los vecinos con los que tan bien congeniaba en su modesto piso de alquiler en el barrio barcelonés del Raval con su patio envuelto en maceteros de fragantes jazmines y bellas tillandsias colgando de sus paredes, el sonido del día a día en aquel barrio multicultural, Tomás el tendero del arrabal, mítico, sesentón, agradable, simpático  y bonachón, con quien Gisela pegaba la hebra cuando compraba el pan cada mediodía antes de subir a casa de vuelta en bicicleta de la Universidad Autónoma de Barcelona donde cursa sus estudios de Antropología, la esencia del mar, el mirador del Tibidabo donde, de la mano de Alberto Juan, esparcían ambos al viento un confidente rastro feromónico.

Alberto Juan tiene treinta y cinco años, cinco más que Gisela. Se autodefine como español-catalán de los de “barrufet i pa amb tomàquet”, se conocen desde los catorce años y ella nunca ha estado con otro hombre. Para Gisela él siempre ha sido el hombre de su vida, aunque Alberto Juan ni siquiera tenga vida. Un hombre de negocios sin negocios, un hombre en apariencia de los de verdad que vive en la mentira; proveniente de una acaudalada familia tradicional navarra, arraigado a costumbres conservadoras y ultra católicas es fiel de la Prelatura opusiana, cocainómano, racista y homófobo confeso, homosexual subrepticio, vive inmerso en una nebulosa vida de contradictorios equilibrios.
Durante el tiempo que Gisela —su futura esposa— ha permanecido en el país del Nilo, las orgias secretas vestido de Lola Flores con sus amigos del Opus han sido un broche de oro constante. Seis intensos meses en los que por el cuerpo de Alberto Juan ha entrado todo tipo de objetos, dildos, animalitos, estupefacientes y también —aunque él no lo sabe—el VIH, ciento ochenta días en los que el sucio dinero opusiano a servido para alquilar satisfacciones sexuales y callar humillaciones, maltratos y violaciones que han servido como diversión de unas mentes reprimidas y enfermas que nunca saldrán de su anonimato escudadas tras una aparente vida, ejemplar y digna.

Gisela está de vuelta, ocupa el asiento 87 del vuelo EL CAIRO INTERNACIONAL – BERLÍN TEGEL de Turkish Airlines. Saluda a su compañero de asiento, un jubilado alemán que se dedica a vivir la vida recorriendo mundo. Se ata el cinturón de seguridad y dejándose llevar por los recuerdos cierra los ojos, mientras silban los motores del avión pensando en el Raval su barrio multicultural, bohemio y cargado de vida donde todos la aprecian. Empieza a cuestionarse si su vida con Alberto Juan será un echar de menos y vivir en una aflicción alargada y acostumbrarse a tirar adelante con la cabeza gacha tragando con todo.
Egipto no ha estado mal, quizás volverá en su luna de miel con su amado Alberto Juan, de hecho él ya le ha confesado su intención de irse a vivir juntos, sacarla de ese barrio que nunca pisa, según él; «un barrio inseguro, marginal, lleno de lumpen, drogadictos y putas». Entonces será cuando presente a sus padres a su ejemplar y futura esposa, Gisela.

Con el olor del mar catalán, Barcelona empieza para ella en una nueva etapa tras su estancia en Asuan. La suave brisa entra por la ventana del hotel y Gisela se desvela abrazada a su novio que ha ido a recibirla al aeropuerto, restos de semen y flujo en las sábanas. Gisela abre el grifo y, como todos los días, se toma la píldora para evitar embarazos. Alberto Juan siempre discrepa del uso de preservativos, tampoco la píldora es santo de su devoción pero « ¿qué le va hacer?», piensa mientras formado parte de su extensa colección de secretos y el VIH surca por su torrente sanguíneo adhiriéndose a sus Linfocitos T4 como lapas de mar.
Ajena a todo, Gisela abraza a su amado mientras su sangre recibe un nuevo huésped.


martes, 4 de febrero de 2014

200 Millones De Espermatozoides. En Euskadi No Se Folla (A Veces).





“Laméis mis pezones al ritmo de mis
chasquidos articulares
mordéis mis labios desmembrando
mi nervio trigémino
mamo de vuestros glandes
el esperma de la enajenación
Mi clítoris es un nido de húmedas
lenguas (…).”
                                                                          (Beatriz Marcos Oteruelo (Renée Sade). Febrero 2013)


     La historia que os voy a contar comenzó hace algunos años en una cafetería de Zizur. Para quien lo desconozca, Zizur se sitúa a sólo seis kilómetros de Iruña-Pamplona, la capital de Navarra, Nafarroa, institucionalmente para algunos Comunidad Foral de Navarra o Nafarroako Foru Komunitatea, cuna de cara-duras sensibles al merengue, donde los chorizos se atan con corbatas y Dios no existe y las mariscadas en el Reyno de Cintruénigo tampoco, donde las fiestas populares son inundadas con improvisadas piscinas de última hora. Navarra, núcleo principal del dulzón patxarán, —qué haces tú, qué haces tú, que no bailas con Tijuana in Blue— y gaupaseros que profieren gritos a altas horas de la madrugada mientras, camino de sus casas, se cagan en dios y en la virgen. Bueno, quien no sepa de dónde procede el gentilicio zizurtarra que lo busque en cualquier diccionario medio decente, «si es que queda alguno».

Dicen que todos llevamos un policía dentro, Charles Chaplin llegó a afirmar que todo ser humano guarda en su interior un dictador. Hay un dicho popular que dice que hay personas que jurarían que hay personas que creen tanto en sus mentiras que a base de repetirlas al resto, hasta ellas mismas se las llegan a creer. Esto último no es un dicho popular ni mucho menos, me lo acabo de inventar pero corroboro que es tan verdad como que distingo el hedor de esas personas que repiten a tantos sus mentiras hasta el punto de creérselas ellas también.

         Bien, vayamos al tema; la mañana prometía y los corrillos de gente a primeras horas del día se ambientaban todos en un mismo tema de conversación, lo que los medios de comunicación del régimen habían señalado como el asesino silencioso. Y es que, de un tiempo a esta parte, venían produciéndose en Navarra una serie de crímenes que traían de culo a cada uno de los diferentes cuerpos policiales «esos que dicen identificar a unas cincuenta mil personas en sus cuatro mil controles por año». El escurridizo y astuto asesino no dejaba rastro alguno que hiciera pillar una pista o indicio de aquel macabro puzle bañado en sangre y aromatizado con flores, de ahí que el matarife fuera bautizado como tal.
Silencioso dejaba clavado letalmente en el cuello de sus víctimas un cuchillo de Albacete y unas flores que depositadas en una de sus exangües manos, plasmaba con arrogancia un carácter desafiante, provocador y esquivo, lo que causaba si cabe aún, más alarma social. Según la prensa y televisión, el verdugo antes de sesgar la vida de sus víctimas, suministraba a éstas algún tipo de sustancia paralizante del sistema muscular para luego abandonarlas en un lugar montañoso con un cuchillo clavado letalmente en el cuello y las flores —de regalo— en una de las manos. Se habían encontrado ya al menos una veintena de cadáveres y ninguno guardaba relación entre sí, había gente de todas las clases sociales, desde opulentos explotadores a obreros, estudiantes, parados, personas vinculadas a diferentes sectores sociales y políticos. Todo apuntaba a que se trataba de un psicópata, un asesino serial. Conforme el número de asesinatos aumentaba, la población vivía el día a día con aprensión y el hecho de que la pasma no hubiera encontrado ni tan siquiera un indicio que llevara a la detención del culpable, hacía crecer alarma y desconfianza entre ellos; todos sospechaban de todos. Las conjeturas rozaban lo injustificable hasta el punto de lo absurdo.

        Aquella mañana era martes para todo el día y yo había quedado con un amigo bastante despistado en una vieja cafetería de Zizur en la que, por el mobiliario, sus enseres y las telas de araña, el tiempo parecía haberse estancado. No estaba mal, era como estar dentro de una vieja estampa de color sepia tomando un desayuno pero en el año 2014. La intención cuando llegara mi amigo era ir con el coche de éste a un pueblo cercano con el propósito de recoger un equipo de megafonía que íbamos a utilizar para unos menesteres —que ahora mismo no vienen a cuento—. Estando yo en la espera removiendo el café con leche ante una pecosa y guapísima camarera que regentaba dicha cafetería y que, con más dulzura de la que cabía en toda la canastilla de azucarillos, no paraba de servir amablemente y sin parar, cafés, bollos y tostadas a todas las caras de sueño que por allí pululábamos, me sonó el móvil; se trataba de Despistado, me comunicaba con voz somnolienta que había olvidado nuestra cita «naturalmente» y que se encontraba en Elgoibar donde, según él, había pillado cacho el sábado anterior con una paisana y ésta le estaba dejando más seco que una pasa. Lo noté feliz y sonreí transmitiéndole mi enhorabuena, pues aunque ignoraba las necesidades de la paisana, Despistado estaba como yo; realmente necesitado de sexo.  Antes de terminar nuestra conversación quedamos en llamarnos, cuando él volviera a Iruña, para recoger la megafonía. Nos despedimos no sin antes soltar un chiste con cierto sarcasmo sobre el asesino silencioso, aquel tipo se había convertido para muchos en el Jeffrey Dahmer vasco.
Y allí me quedé más solo que la una riendo y mirando las telarañas que ornamentaban con suma naturalidad aquella cafetería, convirtiéndola un poco más, si cabe, en una tradicional tarjeta de calendario.

Seguí dando vueltas con la cucharilla al estimulante con leche y pensando en la suerte de mi amigo; me alegré por él y me disgusté por no haber ido a recoger el equipo de megafonía pero sobretodo me preocupé por mí, lo único que yo había mojado en las últimas dos semanas era la palmera de chocolate en el café con leche que me estaba trincando así que puedo afirmar que últimamente me encontraba falto de sexo y mi estado de ánimo así lo evidenciaba, estaba como aplatanado y nunca mejor dicho, bastante cachondo. Dos semanas antes había coincidido en un concierto con una buena amiga, oriunda de Bilbao pero estudiante y residente en Pamplona; Edurne. Ambos nos conocimos en la Universidad sectaria del Opus Gay, ella estudiaba allí y yo trabajaba de camarero en la cafetería sirviendo cafés, refrescos y bocadillos bajo un enorme crucifijo para sacarme algo de pasta. Aquella noche de viernes Edurne y yo habíamos quedado para vernos «casualmente» en un concierto pues su novio acababa de partir hacia la capital del Imperio dispuesto a pasar el fin de semana visitando en el IFEMA la Feria Congreso sobre el Marketing Digital y la Publicidad Online. Mientras que su novia y yo recompensamos mutua y plenamente nuestras necesidades sexuales, llegándonos a exprimir equitativamente hasta la última gota de nuestros fluidos sexuales. Estuvimos toda la noche dale que te pego, primero en su coche y luego en la cama de donde sólo nos levantábamos para ir al frigorífico y picotear algo o beber agua o cervezas…después seguíamos follando; en la cocina, en el sofá, en el pasillo o donde se terciara y así hasta llegar de nuevo a la cama, una y otra vez, despacio o rápido de pies o tumbados, así en plan bestia; sin leyes ni códigos, como si se nos fuera a acabar el mundo.