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martes, 4 de febrero de 2014

200 Millones De Espermatozoides. En Euskadi No Se Folla (A Veces).





“Laméis mis pezones al ritmo de mis
chasquidos articulares
mordéis mis labios desmembrando
mi nervio trigémino
mamo de vuestros glandes
el esperma de la enajenación
Mi clítoris es un nido de húmedas
lenguas (…).”
                                                                          (Beatriz Marcos Oteruelo (Renée Sade). Febrero 2013)


     La historia que os voy a contar comenzó hace algunos años en una cafetería de Zizur. Para quien lo desconozca, Zizur se sitúa a sólo seis kilómetros de Iruña-Pamplona, la capital de Navarra, Nafarroa, institucionalmente para algunos Comunidad Foral de Navarra o Nafarroako Foru Komunitatea, cuna de cara-duras sensibles al merengue, donde los chorizos se atan con corbatas y Dios no existe y las mariscadas en el Reyno de Cintruénigo tampoco, donde las fiestas populares son inundadas con improvisadas piscinas de última hora. Navarra, núcleo principal del dulzón patxarán, —qué haces tú, qué haces tú, que no bailas con Tijuana in Blue— y gaupaseros que profieren gritos a altas horas de la madrugada mientras, camino de sus casas, se cagan en dios y en la virgen. Bueno, quien no sepa de dónde procede el gentilicio zizurtarra que lo busque en cualquier diccionario medio decente, «si es que queda alguno».

Dicen que todos llevamos un policía dentro, Charles Chaplin llegó a afirmar que todo ser humano guarda en su interior un dictador. Hay un dicho popular que dice que hay personas que jurarían que hay personas que creen tanto en sus mentiras que a base de repetirlas al resto, hasta ellas mismas se las llegan a creer. Esto último no es un dicho popular ni mucho menos, me lo acabo de inventar pero corroboro que es tan verdad como que distingo el hedor de esas personas que repiten a tantos sus mentiras hasta el punto de creérselas ellas también.

         Bien, vayamos al tema; la mañana prometía y los corrillos de gente a primeras horas del día se ambientaban todos en un mismo tema de conversación, lo que los medios de comunicación del régimen habían señalado como el asesino silencioso. Y es que, de un tiempo a esta parte, venían produciéndose en Navarra una serie de crímenes que traían de culo a cada uno de los diferentes cuerpos policiales «esos que dicen identificar a unas cincuenta mil personas en sus cuatro mil controles por año». El escurridizo y astuto asesino no dejaba rastro alguno que hiciera pillar una pista o indicio de aquel macabro puzle bañado en sangre y aromatizado con flores, de ahí que el matarife fuera bautizado como tal.
Silencioso dejaba clavado letalmente en el cuello de sus víctimas un cuchillo de Albacete y unas flores que depositadas en una de sus exangües manos, plasmaba con arrogancia un carácter desafiante, provocador y esquivo, lo que causaba si cabe aún, más alarma social. Según la prensa y televisión, el verdugo antes de sesgar la vida de sus víctimas, suministraba a éstas algún tipo de sustancia paralizante del sistema muscular para luego abandonarlas en un lugar montañoso con un cuchillo clavado letalmente en el cuello y las flores —de regalo— en una de las manos. Se habían encontrado ya al menos una veintena de cadáveres y ninguno guardaba relación entre sí, había gente de todas las clases sociales, desde opulentos explotadores a obreros, estudiantes, parados, personas vinculadas a diferentes sectores sociales y políticos. Todo apuntaba a que se trataba de un psicópata, un asesino serial. Conforme el número de asesinatos aumentaba, la población vivía el día a día con aprensión y el hecho de que la pasma no hubiera encontrado ni tan siquiera un indicio que llevara a la detención del culpable, hacía crecer alarma y desconfianza entre ellos; todos sospechaban de todos. Las conjeturas rozaban lo injustificable hasta el punto de lo absurdo.

        Aquella mañana era martes para todo el día y yo había quedado con un amigo bastante despistado en una vieja cafetería de Zizur en la que, por el mobiliario, sus enseres y las telas de araña, el tiempo parecía haberse estancado. No estaba mal, era como estar dentro de una vieja estampa de color sepia tomando un desayuno pero en el año 2014. La intención cuando llegara mi amigo era ir con el coche de éste a un pueblo cercano con el propósito de recoger un equipo de megafonía que íbamos a utilizar para unos menesteres —que ahora mismo no vienen a cuento—. Estando yo en la espera removiendo el café con leche ante una pecosa y guapísima camarera que regentaba dicha cafetería y que, con más dulzura de la que cabía en toda la canastilla de azucarillos, no paraba de servir amablemente y sin parar, cafés, bollos y tostadas a todas las caras de sueño que por allí pululábamos, me sonó el móvil; se trataba de Despistado, me comunicaba con voz somnolienta que había olvidado nuestra cita «naturalmente» y que se encontraba en Elgoibar donde, según él, había pillado cacho el sábado anterior con una paisana y ésta le estaba dejando más seco que una pasa. Lo noté feliz y sonreí transmitiéndole mi enhorabuena, pues aunque ignoraba las necesidades de la paisana, Despistado estaba como yo; realmente necesitado de sexo.  Antes de terminar nuestra conversación quedamos en llamarnos, cuando él volviera a Iruña, para recoger la megafonía. Nos despedimos no sin antes soltar un chiste con cierto sarcasmo sobre el asesino silencioso, aquel tipo se había convertido para muchos en el Jeffrey Dahmer vasco.
Y allí me quedé más solo que la una riendo y mirando las telarañas que ornamentaban con suma naturalidad aquella cafetería, convirtiéndola un poco más, si cabe, en una tradicional tarjeta de calendario.

Seguí dando vueltas con la cucharilla al estimulante con leche y pensando en la suerte de mi amigo; me alegré por él y me disgusté por no haber ido a recoger el equipo de megafonía pero sobretodo me preocupé por mí, lo único que yo había mojado en las últimas dos semanas era la palmera de chocolate en el café con leche que me estaba trincando así que puedo afirmar que últimamente me encontraba falto de sexo y mi estado de ánimo así lo evidenciaba, estaba como aplatanado y nunca mejor dicho, bastante cachondo. Dos semanas antes había coincidido en un concierto con una buena amiga, oriunda de Bilbao pero estudiante y residente en Pamplona; Edurne. Ambos nos conocimos en la Universidad sectaria del Opus Gay, ella estudiaba allí y yo trabajaba de camarero en la cafetería sirviendo cafés, refrescos y bocadillos bajo un enorme crucifijo para sacarme algo de pasta. Aquella noche de viernes Edurne y yo habíamos quedado para vernos «casualmente» en un concierto pues su novio acababa de partir hacia la capital del Imperio dispuesto a pasar el fin de semana visitando en el IFEMA la Feria Congreso sobre el Marketing Digital y la Publicidad Online. Mientras que su novia y yo recompensamos mutua y plenamente nuestras necesidades sexuales, llegándonos a exprimir equitativamente hasta la última gota de nuestros fluidos sexuales. Estuvimos toda la noche dale que te pego, primero en su coche y luego en la cama de donde sólo nos levantábamos para ir al frigorífico y picotear algo o beber agua o cervezas…después seguíamos follando; en la cocina, en el sofá, en el pasillo o donde se terciara y así hasta llegar de nuevo a la cama, una y otra vez, despacio o rápido de pies o tumbados, así en plan bestia; sin leyes ni códigos, como si se nos fuera a acabar el mundo.
Los días posteriores me acordé mucho de ella y no por onanismo no, que va, en uno de sus orgasmos mientras hurgaba con mi lengua en su clítoris apretó entre espasmos sus dientes descuidando mi ciruelo juguetón todo palote en su boca. Qué dolor sentí cuando por la mía salió aquel estridente alarido tras sentir sus dientes clavarse en mi pobre glande y qué gustazo debió de sentir ella cuando empezó a manar una fuente de placer por su vagina. A la postre, ambos lo pasamos mal, ella por la parte que le tocaba se mostraba preocupadísima y ruborizada por el daño infringido y yo, por la mía, dolorido pero no por ello dejaba de animar a mi bella Edurne, quitando hierro al asunto, aunque por dentro me estuviera cagando en dios. Pasados unos días me llamó al móvil con unos ánimos más elocuentes e interesándose por el estado del ciruelo juguetón «siempre he pensado que era lo único que más le importaba de mí» y yo con la intención de poder pasar otra noche de sexo desenfrenado con ella, propuse quedar para el próximo sábado pero su negativa respuesta cayó sobre mí como una enorme y pesada piedra de harrijasotzaile;
-He quedado con mi novio para pasar el finde en Zugarramurdi-.
En cierto modo mejor, pensé. Creo que no hubiera podido hacer nada y no por ganas sino más bien por física así que asunto perdido. Edurne es una persona extrovertida y muy guapa, creo que hasta demasiado, tiene unos cuarenta años muy bien llevados, un par de ojos preciosos, dos tetas perfectas y por aquel entonces un novio gilipollas aunque gracias a él y a su condición de gilipollas, ella y yo coincidíamos a menudo; mientras él se recorría los Salones Internacionales y Ferias de Muestras o se dejaba el gaznate con sus amigos en la peña animando conjuntamente, entre bolsas de patatas y cervezas, al Osasuna, ella y yo nos animábamos recíprocamente compartiendo risas en la cama. Era un sentimiento muy morboso y sobretodo natural y satisfactorio para ambos. Yo nunca la llamaba para quedar sino que era ella quien siempre elegía el momento o el día para hacerlo ya que Gilipollas y Edurne vivían juntos y si algo hay que ella no deseaba era levantar sospechas. Yo no estaba atado a nadie, iba por libre de flor en flor como las mariposas, ella en cambio sí lo estaba, pero en su caso los vínculos era muy elásticos y aunque siempre supe que yo para ella era su segundo plato, nunca me importó sino todo lo contrario; a mí sólo me importaba lo mismo que le interesaba a ella, sexo a tope con morbo y guarrear, y eso Gilipollas no se lo hacía.  Tanto a Edurne como a mí nos valía con quedarnos satisfechos y a veces nuestro calentón había llegado a extremos resbaladizos «nunca mejor dicho», como la vez que, mientras yo le hacía un chequeo completo a su coño en el sofá de su casa, llamó por el móvil a Gilipollas. Cuando empezó su diluvio de placer, en un acto reflejo tiró el móvil contra la pared quedando éste repartido en varias partes por el salón y allí entre sus flujos patinaba yo como un pato sobre hielo mientras ella seguía con los ojos en blanco mordiéndose su labio inferior como si quisiera arrancárselo con los dientes e inclinando su cabeza hacia atrás desatando entrecortados gemidos de placer y soplidos a la vez que, por el pegajoso sofá de skay, manaba un inmenso riachuelo que se extendía por todo aquel parquet flotante.
Así era Edurne, tan natural y viciosa como yo. Nunca me había interesado por el fútbol, pero desde que supe que a través del deporte rey y su pan y circo llegaría hasta ella, ahora me intereso más y siempre estoy al corriente de cuándo el Osasuna juega en casa y cuándo fuera, de la copa del cazaelefantes campechano y del final de la Champions.


       Terminé el café y Pecosa sonriendo me preguntó si quería una tostada que había hecho de más por error; me la regalaba.
-Vale pues ponme entonces, por favor, un descafeinado con leche- Contesté agradecido. Y el hecho de que aquel vetusto antro empezara a estar menos concurrido dio pie a entablar conversación, le hablé de mi amigo Despistado y a ella pareció caerle en gracia el plantón que me había dado. En el fondo sí la tiene; Despistado se va el sábado a la noche a Elgoibar a ver un concierto y se pasa dos días con sus correspondientes noches follando sin parar con una giputxi de esas que se ponen falda encima del pantalón.
-Hay una leyenda urbana que dice que las giputxis tienen un gen especial que las hace ser promiscuas y que cuando ven a los de Iruña, se lanzan a degüello, pero mi amigo Despistado y yo coincidimos siempre en el dicho ese que dice que en Euskadi no se folla- Solté así un poco por lo bajo tratando de no levantar demasiado el tono de voz para no hacerme oír demasiado ya que a varios metros de la barra había un par de txikiteros de esos cebolletas hablando de los crímenes del asesino silencioso y yo no quería para nada que se metieran en nuestra conversación.
-Yo creo que aaaaaaalgo de cierto hay en esa leyenda urbana- Dijo Pecosa. Y entonces riendo, le pregunté si ella era giputxi.
-Que vaaaaaaaa…Soy valencianaaaaa, «así alargandoooo las vocaaaales» de Gandíaaaaaa, pero hace más de veinte años que vivo en Atarraaabiaaaa. Soy vaaaasca de adopción- Asintió sonriendo.
Joder, de Valencia y de Gandía, pensé y le dije que una vez estuve en Gandía en el hospital Francesc de Borja, cosa que le resultó indiferente, «mejor», pensé de nuevo. Me estaba cayendo en gracia aquella simpática Pecosa Fallera y debido a su despampanante tipazo y mis dos semanas de abstinencia sexual, empecé a imaginarla en una escena en la que ella y yo follábamos indiscriminadamente dentro de una enorme paellera con su arroz, sus judías verdes y todo. A temperatura media resultaba muy romántico. Pero por necesidad cambié el chip, cogí la tostada, el descafeinado y el Gara y me puse en una de las mesas a echar un vistazo a las noticias y allí entre acontecimientos de Euskadi y del mundo que no me interesaban, repasé con cierto morbo la crónica que daban ese día sobre el asesino silencioso y ya de paso el tanga que sobresalía del perfecto trasero de Pecosa Fallera que, paseándose ininterrumpidamente mientras recogía las mesas, hacía que mis ojos fueran disimulados tras ella. Pecosa Fallera de vez en cuando miraba sonriendo. Imagino que nuestra breve y verdosa conversación le debió de resultar pícara aunque ignoro lo que llegó a pensar de mí.  Sea como fuese me daba igual, aquel tipazo de mujer estaba muy lejos de las posibilidades de un tipo con tan mal parecido como yo.
Acabé el descafeinado y la tostada que, aunque fría, me supo muy bien y no me quitaba de la cabeza la escena de la enorme paellera. Me había empalmado y todo, sí estaba palote, palote y «más falto de sexo de lo que imaginaba», pensé que quince días eran demasiados días, no hay ser humano que soporte tremenda abstinencia sexual, esa continencia del pecado carnal se me estaba perpetuando y nunca mejor dicho. Otra cosa es matarse a pajas, pero yo necesitaba roce, sentir calor humano dar ternura y placer, en fin; follar, nada de hacer el amor ni gilipolleces de esas.
Recogí la mesa dejando el plato y la taza en la barra. Me fijé como Pecosa Fallera, desde la barra, no quitaba ojo a mi pantalón, debió darse cuenta de mi estado de excitación, pues tenía la manguera a trescientos por hora y una tienda de campaña en la bragueta que parecía recién comprada en una tienda de deportes. Pese a ser ateo reconocido, motivo por el cual perdí el empleo de camarero en la oscura Universidad del opus, pagué cristianamente y aproveché un minuto para ojear por encima el Diario de Noticias que se encontraba a un lado sobre el mostrador, así daría tiempo a que todo mi revuelo sexual interno se apaciguara volviendo a su ser y poder salir de allí sin que mi pajarito diera demasiado el cante.
Allí me salté las páginas que hablaban del asesino silencioso, estaba saturado de tanto crimen y tanto morbo que lo rodeaba y entre los anuncios clasificados del noticiero leí uno que me llamó bastante la atención; Vendo W.Transporter preparada para camping, TELF,,tal y cual”, apunté el número de teléfono para llamar, por aquel entonces, y sin prisas, estaba interesado en hacerme con una de esas. Siempre me ha gustado la aventura de viajar sin rumbo, pernoctar donde te salga de las narices y todo eso.
Otro anuncio interesante, éste resaltaba en la página de Cultura, en la sección musical y la forma objetiva del enunciador me pareció de lo más lamentable y vulgar;
Envia y un MNS con tu nombre y apellidos al tal y cual y participa en el sorteo de dos entradas para el concierto de LIJATOR´s”.

No iba a picar en la trampa capitalista, si hay algo que siempre hago es evitar por todos los medios enriquecer a las multinacionales a golpe de mensajito con el puto móvil y esta vez no iba a ser menos, «pero qué ostias, se trata de una jodida banda tocando versiones de los THE SMITHS, una de mis bandas favoritas, tenía que intentarlo, ¡a la mierda mis principios!» Allí mismo, casi a escondidas manteniendo la imagen de militante, y a golpe de pulgar, escribí mi nombre en el móvil y pulsé con satisfacción “enviar” casi con la certeza de que me iban a tocar las dos preciadas entradas, «me faltó pedírselo a Dios» de hecho ya estaba pensando hasta con quién iba a ir al concierto; con mi buen amigo Despistado, aunque luego pensé que si Edurne tuviera un ratito para mí, sería mejor ir con ella. En tres días se publicaría el nombre de los cinco ganadores. Yo sería uno de ellos casi con certeza. Estaba convencido de ello.

Paseando por la calle leí en un muro unas frases pintadas que algún loco enamorado no se atrevió a revelar ante los ojos de alguien y sonreí caminando, pensando en aquel pobre infeliz. Ya en la plaza del Castillo telefoneé interesándome por la venta de la furgoneta equipada para camping que vi anunciada en el noticiero, me atendió una chica asegurándome que más tarde me llamaría porque en esos momentos estaba ocupada en su trabajo.
Bien, soy bastante pesimista en ese aspecto pero intuí dos cosas; la primera es que cuando me llamase su respuesta fuera que ya tenía apalabrada la furgoneta y la segunda es que ni tan siquiera se molestara en hacerlo.
Continué mi camino por la calle Mercaderes hasta el epicentro de Alde Zaharra, querida parte vieja; punto álgido de la vida y cultura social de Pamplona-Iruña. Allí saludé a mis amigos Joxean, Karen y su perro Tufo que estaban dando un paseo bajo el frío sol del invierno navarrorum. Pasé por una puerta con un letrero; Katakrak y me adentré en una elegante acrópolis donde predominaban sugestivos aromas de tés y cafés. Saludé a algunos colegas más adentro y más allá del pasillo llegué a la librería más llamativa y original que haya visto jamás, allí adquirí un libro; “Dios nunca reza” de Patxi Irurzun, escritor y cuentista donde los haya y, sin duda, bastante virtuoso con la pluma. Volví a casa con ganas de devorar letras y letras de aquella obra literaria.

Por la tarde noche desde casa hablé por teléfono con Despistado. Haciendo la conversación suya y especial hincapié en la giputxi me contó, de pe a pa sus batallitas en Elgoibar, yo me aburría y con unos inexpresivos y ruines “aaaaah”…”siiiiiii” míos eran más que suficientes para dar a entender al otro lado de la línea, que no me estaba empalagando del todo. Con una mano aguantaba el auricular del teléfono fijo mientras con la otra pintaba doodles y grafías en un papel con uno de los bolígrafos del escritorio y así entre bostezo y bostezo Despistado se despidió de mí con la excusa de llamar, acto seguido, a la giputxi de falda encima del pantalón.

Estaba oscureciendo y no me apetecía cenar, tenía dos opciones; una era empezar a darle caña al libro de Patxi Irurzun y la segunda darle caña a mi ciruelo imaginándome con la Pecosa Fallera envueltos en una suculenta paella, lamiendo nuestros sexos, chupeteando sus pezones y dejando que nuestros fluidos sexuales se divirtieran con el arroz, las judías, los garrafones, los limones… «buuuuahhhh!, para limones los de ella…». Al final me decanté por las dos opciones, primero me encargaría de la Fallera.
Menuda tragicomedia me había montado y luego daría buen uso del libro.

El jueves había llegado pronto, debía ir con Despistado a terminar lo que nunca él había empezado; recoger el equipo de megafonía y por otro lado tenía pendiente telefonear interesándome por la furgoneta ya que pensé mal y acerté, habían pasado dos días y la vendedora con la que contacté y que había quedado en llamarme, no lo había hecho. Marqué su número y no cogió, insistí dos veces más hasta que por fin pude hablar con ella. Quedamos para el próximo domingo, ella el sábado tenía que hacerle unos arreglos a su furgoneta y quería que yo la viera impoluta.
Eran las once de la mañana y un mensaje en mi móvil desde un número muy corto me daba a entender que yo era uno de los ganadores de las dos entradas para el concierto de LIJATOR´s. Lo intuía. Aquello me puso las pilas, rompía un poco la puta rutina del día a día, loé mi buena suerte. Me lo iba a gozar sí o sí, «de algo me tenía que servir ser desafortunado en amores, ¿no?».
Después de recoger todos los bártulos de megafonía, traté de no ilusionarme con que viniera Edurne y le di la sorpresa de las dos entradas a mi buen amigo Despistado, le invité. Nos lo íbamos a pasar de puta madre, garantizado.
-No se tío, es que igual yo voy a Elgoibar, le dije a ésta que intentaría ir el finde…ya sabes.-
Cómo me jodió escuchar aquellas palabras salir de su boca y encima tratando de excusarse pero luego recapacité; «qué ostias!» Despistado se lo merecía, se merecía dejar a un lado su onanismo, aquel onanismo puro y duro que lo atormentaba y dedicarse más a saborear la carne, follar «como hacía toda la gente, toda la gente menos yo» y sentirse querido y si para ello tenía que ir hasta Elgoibar, pues aupa txo!! Además seguro que yo no iba a ir solo al concierto, con la de peña que perdería el culo por ir seguro que tías de Pamplona no, pero algún que otro colega fijo que se vendría. Le di un abrazo con fuerza a mi amigo animándole a ir a mojar el churro a Elgoibar y él me lo agradeció enormemente. Bendita amistad.

El sábado noche llegó y allá estaba yo en la puerta del concierto más solo que la una esperando a que abrieran las puertas para entrar y dejar irrumpir armoniosamente por mis tímpanos todas y cada una de las versiones de los THE SMITHS. Me sobraba una entrada, era evidente que nadie había querido venir conmigo para ver una jodida banda versionando a otra jodida banda que de todos los de la cuadrilla sólo me flipaba a mí.
Por nada del mundo me los perdería. Su cantante tenía la misma voz que Morrissey, el puto amo.
No estábamos muchos allí dentro de aquel antro, últimamente la gente ya no entendía de buena música, tampoco salía como antes y es que la estela de miedo y desconfianza que estaba dejando el asesino silencioso era cada vez más palpable, para mí LIJATOR´s eran buenísimos y  versionaban  a la perfección a los THE SMITHS pero allí quizás éramos una treintena de personas y entre ellas me pareció ver un rostro elegante, seductor y feromónico, aquel rostro que me acompañó durante esa semana en mis noches onanistas, el mismo que en ese momento había hecho que se despertaran entre ellos todos y cada uno de mis tristes y aburridos espermatozoides poniéndome la sangre concentrada en mi polla a trescientos por hora. Era ella, Pecosa Fallera y estaba allí, a veinte metros de mí, mirándome a través de un vaso mientras frenaba con sus labios los hielos dando un sorbo a un ron cola. « ¿Quién hubiese sido vaso o hielo en ese momento para tenerla tan cerca? para rozar sus labios siendo tragado por su preciosa boca entrando en su interior.»
Me acerqué hasta ella con intención de saludarla, dudé si se acordaría o no de mí pero al verla gesticulando con su mano en señal de saludo, entendí que sí. Qué ojazos.
Nos dimos un beso y un abrazo, me gustó verla. Pensé en lo que me había acordado de ella todos aquellos días atrás y sentí entonces la sensación de que le estaba ocultando algo. «Claro imbécil que le ocultas algo, no vas a decirle; hola Pecosa Fallera, no creas que soy un grosero pero desde que te conocí en la cafetería donde trabajas, llevo matándome a pajas día sí y día también. Llevo tres semanas sin echar un polvo y me imagino contigo comiéndote el coño en una paellera gigante entre judías verdes, arroz y garrafones. ¿Te apetece que vayamos al aseo y echemos un polvazo de esos que luego tiemblan hasta las piernas?»
Descubrí que ella también era una apasionada de los THE SMITHS y lo que es mejor, estaba allí con una amiga que decía encontrase mal y planteaba irse a casa. Durante unos minutos la observamos y tratamos en vano de hacerla sentir mejor, Pecosa Fallera y yo hablábamos de música y de nuestros gustos musicales y yo —ruinmente—deseaba que su amiga se pusiera mala del todo, nada grave pero que se fuera a su casa a ponerse buena, a mejorarse y que Pecosa Fallera se quedara allí conmigo. Comentó que no trabajaba mañana y, cuando le dije lo de la historia de mis dos entradas, le resultó de lo más casual y original.
Empezó la música y antes de terminar el tema “Miserable Lie” su amiga ya se había despedido de nosotros y salía por la puerta grande a subirse en el taxi que por prudencia había solicitado y que la llevaría hasta su casa.
En la barra pedimos un par de cubatas, Pecosa Fallera estaba muy guapa con sus ojitos brillantes y los coloretes que resaltaban en su cara como dos manchas rojas producto del alcohol. Ahora parecía de Leitza o del Valle del Roncal. La tercera canción era “Still ill”, con esa ambos entrabamos en calor y ya no sabíamos dónde colocar las chupas y los jerséis que sujetábamos con las manos. Su camiseta le moldeaba las tetas y a través de ella notaba sus pezones y yo lo que más deseaba era que me rozara más veces como venía haciéndolo cada vez que alargaba su brazo para coger el cubata de la barra.
-Oyeeeeee… ¿podíamos dejar esto en algún sitio, que noooo?- Detalló en mi oreja con su aliento a alcohol refiriéndose a todo el surtido de ropa que movíamos de brazo en brazo y que ya nos estaba incordiando bastante.
Como yo no había llevado el coche, ella propuso salir fuera y dejarlo en el suyo. Y allá que fuimos. Siempre recordaré "There Is a Light That Never Goes Out" como la canción que me atravesó el corazón justo en el momento en el que entré a la parte trasera de su W. Transporter equipada para camping. «Qué feliz sincronía», pensé.
Me quedé prendado de la furgoneta. El interior estaba muy ordenado, el techo era un enorme dibujo hiperrealista de una mantis religiosa y unas cajas de madera apiladas metódicamente como en un tetris que hacían la función de muebles en los laterales, todo muy artesanal y elegante, una cama con su edredón y hasta una nimia cocina muy bien organizada con todo lujo de detalles.
Con la puerta de la furgoneta cerrada y Pecosa Fallera y yo en su interior escuchábamos muy bien la música, qué sencillez de momento tan humilde y placentero.
-¿Estás cómodo? ¿Hacemos un pitillo aquí?- Me preguntó ella sentada en la cama mientras se descalzaba ante mi sorprendida mirada.
-Estoy de lujo, yo no fumo pero si quieres fuma tú.- Contesté.
Yo también me descalcé, al igual que Pecosa Fallera, y me senté en posición de indio frente a ella sobre la cama. Su aliento impregnaba de alcohol el aire, ella empezó a darle caladas a su pitillo y en cuestión de segundos estábamos compartiendo jugos salivares y metiéndonos las lenguas hasta la garganta. Separando mi boca de la suya, le pregunté si estaba segura de lo que quería hacer y su respuesta, entre apretones y besos deslizando su mano hasta mi entrepierna, fue;
-¿Tienes condones?-
Sentí mi paquete en su mano. No me lo podía creer, Pecosa Fallera, aquella preciosidad de mujer estaba abrazada a mí buscando con su boca mi cuello, mis labios, mis orejas, frotándose mi pierna entre sus muslos con suaves movimientos de cadera y cada vez descubriendo mi tercera y juguetona pierna que aumentaba de tamaño incontrolablemente.
Yo no tenía condones, esperaba que ella los tuviera. Mientras ella me desabrochaba los pantalones yo ya tenía mi mano por debajo de sus leggins y sintiendo la humedad de su entrepierna que parecía un pozal de agua filtrándose por el tanga. Con mis dedos hurgué suavemente su clítoris, ella ya tenía mi cimorro en su mano dándole a la zambomba y sin ser navidad. Estaba deseando meter mi lengua en su vagina, ponerla a mil. La miré a ella abrazándola con fuerza y miré la mantis del techo, escuchando el tema “Meat is murder” que se colaba en el interior de la furgoneta mientras me desnudaba, aquello, para mí, era lo más parecido al paraíso y Pecosa Fallera que ya estaba desnuda contorneaba su pecoso cuerpo sobre mí susurrándome con la respiración de una loba excitada, una y otra vez;
-Fóllame, fóllame. Quiero sentirte dentro, fóllame.-
Abrazados bajo el edredón, pensé en los condones que no tenía y pensé que mi abstinencia sexual iba ya por tres semanas, « ¡a la mierda los condones!». Follando, ambos gemíamos de placer, mi ciruelo estaba ardiendo y después de un rato pensé que como siguiera comiéndomela así me iba a dejar seco antes de tiempo. Saqué mi lengua de sus marismas y ella hizo lo mismo con mi palote. Nos tumbamos abrazados hurgando con las manos nuestros sexos. Pecosa Fallera estaba sobre mí lamiéndome el cuello, mordiéndome las orejas y buscando con movimientos de su cadera la postura ideal para meterse mi polla, ésta entró suavemente como un ratón en su agujero de queso de bola, Pecosa se incorporó para quedarse sentada sobre mí y empezó a botar como una loca, gimiendo de placer, excitadísima tanto como yo y soltando el aire entre sus dientes mientras, resoplando, se mordía el labio inferior y entre su gemir lobezno estaba yo, cogiéndola con fuerza por su cintura. A ratos la cogía de su culo para apretarla más hacia mí después manoseaba sus preciosos pechos pecosos de fallera apretando sus pezones que parecían dos alubias. Cogiéndola por la cintura marqué el ritmo para evitar de nuevo vaciarme dentro de ella, su cabeza se inclinaba hacia delante y hacia atrás y sus ojos completamente en blanco marcaban un orgasmo venidero, después volvía a gemir de placer con la respiración entrecortada, su cuerpo se sacudía entre gritos, alaridos y espasmos que evidenciaban el inminente orgasmo;
-Córrete dentro, venga, córrete dentro.- Me gritó.
-¿No jodas? Exclamé sorprendido, pero mi excitación sobrepasaba los límites impidiéndome pensar en las consecuencias y si lo pensé, a ciencia cierta, se llamaría Postinor, la marca abortiva odiada por la secta del Opus.
Era tal el grado de excitación por mi parte que no tuve miramientos en hacerle caso y vaciar  doscientos millones de espermatozoides dentro de ella, los dedos de mis pies se encogieron del placer que sentí en ese momento y note que casi me desmayo. Ella después de estar un rato abrazada a mi cuerpo, se incorporó más tranquila y se situó sentada sobre mí dándome la espalda. Ahora éramos dos cuerpos sudorosos follando sin tabús, se la volvió a meter y de nuevo empezó a mover su cintura colocando mi mano en su coño para que le diera más placer mientras no paraba de gritar y estando en su centro se dejó caer para atrás mientras, entre espasmos, se vaciaba entera. Quedó tendida a mi lado y cuando se recuperó, deslizó su cuerpo para abrazarme con fuerza.  Allí, al cabo de un rato nos preguntábamos con miradas cómplices y risas si habría terminado ya el concierto.
Con papel higiénico se limpió, se encendió el pitillo que dejó en el cenicero y le dio unas caladas, se puso el jersey y pasando por encima de mí llegó con lo puesto al asiento del piloto. Mi cabeza estaba de espaldas a ella pero escuché las llaves e imaginé que nos pirábamos del nido, ignorando adónde me llevaba.
-Agárrate que vienen curvaaaaaas, el concierto ha terminaadoooo.- Dijo riéndose, volviendo a alargar las vocaaaales y metiendo suela a la furgoneta.
-¿Me llevas al huerto?- Contesté entre carcajadas mientras me limpiaba también con el papel higiénico.
Tomamos la carretera que va a Francia monte arriba, ella no trabajaba el fin de semana y yo ya no tendría que ir el domingo a ver la furgoneta que vendían. Estaba dentro de ella, Pecosa Fallera era la chica que puso el anuncio en el periódico. Fue una grata sorpresa para ambos y hasta creímos que era cosa del destino.
 « ¿El destino? ¡Puto imbécil! Si hubiera sido un poco menos estúpido, ahora no estaría donde estoy.» Os explico…
Sin rumbo fijo nos movíamos con la furgoneta, era de noche y habíamos pasado diferentes pueblos en los que la vida sólo la daba algún que otro corzo que cruzaba la carretera y las luces anaranjadas de unas contadas farolas que servían como alumbrado público de los pequeños pueblos; Garralda, Jaurrieta, Excaroz, Otxagabia y así hasta cruzar la muga y aparcar en Larrau, habíamos llegado a la región francesa de Aquitania.
Con la furgoneta aparcada en una calle de Larrau cercana a una fuente, Pecosa Fallera y yo tapados con el edredón conversamos, bajo la vista de la mantis del techo, sobre nuestras vidas y también satirizamos sobre el asesino silencioso soltando alguna que otra carcajada y aunque parecía que no cabía esa posibilidad de que nos tocara, por otro lado ambos no nos conocíamos, éramos dos desconocidos compartiendo cama, perdidos en los montes. Yo bromeé con ella, pero la vi nerviosa y dejé las bromas de mal gusto para otro momento y así buscando la forma de acomodar mutuamente nuestros cuerpos nos quedamos profundamente dormidos, abrazados como dos tortolitos. Yo por si acaso me mantuve en una fase del sueño que no se completaba del todo, más que nada algo me decía que no me fiara de ella, imagino que a ella le pasaría lo mismo conmigo, dada la situación de terror social que se vivía, era inevitable.

« ¿Podía darse el caso de que fuera ella la asesina?» Joder, qué paranoia, llegué incluso a sentir momentos con una ligera ansiedad que me oprimía el pecho y me abría los ojos.
 Amaneció y Pecosa Fallera no hizo ni despertarme pero noté que me besó la mejilla. Imaginé, cuando salió de la furgo, que su intención era asearse un poco en la fuente y dar una vuelta matutina por el pueblo, encontrar allí una farmacia en la que comprar Postinor quedaba muy lejano, confiaría en su regla o en su instinto de mujer. Antes de salir dejó sobre la cocina algo que sacó de uno de los cajones. Me quedé solo en la furgoneta. Cuando se marchó abrí los ojos observé a la mantis y matando el tiempo pensé desvariando;
« ¿Y si ella fuera de verdad la asesina? ¿Y si ahora estuviera tramando cómo quitarme de en medio? Eso… eso… eso que hay ahí encima ¿no es un puto cuchillo? ¡Ayy joder! Ahora entiendo lo de la mantis; Mantis Religiosa, animales solitarios excepto en la época de apareamiento en la que la hembra se zampa al macho. Mierdaaaa!»

Me vestí con intención de salir corriendo de allí cuando la puerta de la furgoneta se abrió, Pecosa Fallera entraba feliz y sonriente deseando darme una buena noticia y desayunar juntos; «me cae bien, quizás sea el comienzo de una bonita historia», pensaba ella.
En su mano llevaba unas flores, una bolsita de la farmacia con el postinor abortivo en su interior y el diario Gara con la buena noticia.
-Asesinaaaaa!!!- Grité enfurecido a la vez que, por primera y última vez en mi vida, sacaba de mi interior al policía que todos llevamos dentro. Golpeé insistentemente su cabeza con una cacerola que había sobre la cocina. Quedó tumbada en el suelo y huí de la furgoneta corriendo despavorido y gritando por el pueblo;
-La he cogido, acabo de coger al asesino silencioso. Que alguien llame a la policía!! Que le he cogido-. Grité ido por aquel pueblo, ante la incrédula mirada de los paisanos que me observaban con desconcierto. Temblando entré con los nervios a flor de piel en lo que parecía una pequeña tienda y continué a lo mío; gritando, cual poseso loco, ante las pasmadas miradas de quienes allí se encontraban.
Paré de gritar cuando vi la portada de toda la prensa del día expuesta a la venta sobre un alargado mostrador:

ATRAPADO IN FRAGANTI EL ASESINO SILENCIOSO.

El tiempo se paró como en la vetusta cafetería de Pecosa Fallera pero por más que quisiera no pude mover al tiempo, retroceder unos minutos solamente.

Corrí hacia la furgoneta pero jamás llegué.  En segundos mi cara encontró el suelo, empujado por algo caí al suelo, un tipo vestido de verde engrilletaba mis manos a mi espalda, la vida no pasaba, parecía que se había detenido pero realmente el que estaba detenido era yo. Una ambulancia del 112 se llevaba a Pecosa Fallera y yo que jamás haría daño a una mosca lloré como nunca maldiciendo al madero que vive en nuestro interior.

Pecosa Fallera sobrevivió pero nunca me perdonó lo que allí sucedió, dicen que todos llevamos en nuestro interior un policía, todos no. Mi abogada me ha dicho que Pecosa Fallera lleva dentro una criatura a la sin duda que nunca conoceré. Desde mi celda cuento los días viendo las nubes y por los pasillos del módulo de aislamiento me cruzo con el que antaño fuera mi mejor amigo; Despistado, el asesino silencioso.

Abro los ojos y me encuentro aturdido, creo que el sol de la playa de Mutriku me ha debido de sentar mal, ¿he tenido una pesadilla?
«Que ostias tío!! No es época de sandias y mucho menos de hacerse el héroe…»

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