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lunes, 10 de febrero de 2014

Un Nuevo Huésped.


 "De mis ancestros conservo 
los ojos celestes,
 el cerebro estrecho
 y la imprudencia de la lucha."
                      (Arthur Rimbaud. 1854-1891.)
EL CAIRO.

AGOSTO DE 2013.

         Para Gisela, todo hacía pensar que el retorno a casa no iba a ser de lo más sugestivo. Había podido alargar durante dos meses más su encantadora estancia en el país del Nilo pero la hora de volver a Barcelona había llegado y atrás dejaría aquel territorio cálido y seco en el que tan acogida se había sentido.
La tarde anterior a su partida y con cierta melancolía, preparaba su maleta en aquel diminuto apartamento de Asuán que pocas veces había pisado debido a que la mayor parte de su trabajo lo realizaba a doscientos Kilómetros, in situ en las excavaciones.
Doblando suavemente sus ropas de lino recordaba los meses allí vividos, la misma nostalgia que la capturaba cuando seis meses antes partía desde Barcelona a Egipto dejando tras de sí a su pequeña familia, sus grandes amigos, los vecinos con los que tan bien congeniaba en su modesto piso de alquiler en el barrio barcelonés del Raval con su patio envuelto en maceteros de fragantes jazmines y bellas tillandsias colgando de sus paredes, el sonido del día a día en aquel barrio multicultural, Tomás el tendero del arrabal, mítico, sesentón, agradable, simpático  y bonachón, con quien Gisela pegaba la hebra cuando compraba el pan cada mediodía antes de subir a casa de vuelta en bicicleta de la Universidad Autónoma de Barcelona donde cursa sus estudios de Antropología, la esencia del mar, el mirador del Tibidabo donde, de la mano de Alberto Juan, esparcían ambos al viento un confidente rastro feromónico.

Alberto Juan tiene treinta y cinco años, cinco más que Gisela. Se autodefine como español-catalán de los de “barrufet i pa amb tomàquet”, se conocen desde los catorce años y ella nunca ha estado con otro hombre. Para Gisela él siempre ha sido el hombre de su vida, aunque Alberto Juan ni siquiera tenga vida. Un hombre de negocios sin negocios, un hombre en apariencia de los de verdad que vive en la mentira; proveniente de una acaudalada familia tradicional navarra, arraigado a costumbres conservadoras y ultra católicas es fiel de la Prelatura opusiana, cocainómano, racista y homófobo confeso, homosexual subrepticio, vive inmerso en una nebulosa vida de contradictorios equilibrios.
Durante el tiempo que Gisela —su futura esposa— ha permanecido en el país del Nilo, las orgias secretas vestido de Lola Flores con sus amigos del Opus han sido un broche de oro constante. Seis intensos meses en los que por el cuerpo de Alberto Juan ha entrado todo tipo de objetos, dildos, animalitos, estupefacientes y también —aunque él no lo sabe—el VIH, ciento ochenta días en los que el sucio dinero opusiano a servido para alquilar satisfacciones sexuales y callar humillaciones, maltratos y violaciones que han servido como diversión de unas mentes reprimidas y enfermas que nunca saldrán de su anonimato escudadas tras una aparente vida, ejemplar y digna.

Gisela está de vuelta, ocupa el asiento 87 del vuelo EL CAIRO INTERNACIONAL – BERLÍN TEGEL de Turkish Airlines. Saluda a su compañero de asiento, un jubilado alemán que se dedica a vivir la vida recorriendo mundo. Se ata el cinturón de seguridad y dejándose llevar por los recuerdos cierra los ojos, mientras silban los motores del avión pensando en el Raval su barrio multicultural, bohemio y cargado de vida donde todos la aprecian. Empieza a cuestionarse si su vida con Alberto Juan será un echar de menos y vivir en una aflicción alargada y acostumbrarse a tirar adelante con la cabeza gacha tragando con todo.
Egipto no ha estado mal, quizás volverá en su luna de miel con su amado Alberto Juan, de hecho él ya le ha confesado su intención de irse a vivir juntos, sacarla de ese barrio que nunca pisa, según él; «un barrio inseguro, marginal, lleno de lumpen, drogadictos y putas». Entonces será cuando presente a sus padres a su ejemplar y futura esposa, Gisela.

Con el olor del mar catalán, Barcelona empieza para ella en una nueva etapa tras su estancia en Asuan. La suave brisa entra por la ventana del hotel y Gisela se desvela abrazada a su novio que ha ido a recibirla al aeropuerto, restos de semen y flujo en las sábanas. Gisela abre el grifo y, como todos los días, se toma la píldora para evitar embarazos. Alberto Juan siempre discrepa del uso de preservativos, tampoco la píldora es santo de su devoción pero « ¿qué le va hacer?», piensa mientras formado parte de su extensa colección de secretos y el VIH surca por su torrente sanguíneo adhiriéndose a sus Linfocitos T4 como lapas de mar.
Ajena a todo, Gisela abraza a su amado mientras su sangre recibe un nuevo huésped.


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