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domingo, 20 de julio de 2014

Ambigüedad (Haikus A La Lista De La Compra)



No quiero una placa,
ni quiero una tumba,
ni un funeral,
no quiero nada: quiero desaparecer.”
(Jeffrey Dahmer. 1960-1994)



             ¿Merecía la pena haber pagado semejante precio por aquella pizarra? No lo sé. A decir verdad premedité erradamente lo bien que quedaría decorando la puerta de mi nevera.
No es una pizarra muy bonita, vamos, es una pizarra normal, rectangular, ni muy grande ni demasiado pequeña pero acorde con el tono acero inoxidable anti huellas de la puerta del frigo. Tiene un marco de color rojo escarlata que bordea perimetralmente el fino esquisto pulido sobre el que se escribe y sí, a mi parecer, creo que hará buenas migas con la puerta de mi nevera pero confieso no estar completamente convencido de ello.

Me encuentro en la tienda, la dependienta –de unos cuarenta años– luce sobre su pecho izquierdo una chapa cilíndrica en la que puede leerse; “Cantabria, entre el mar y la montaña”, desconozco las intenciones o qué quiere dar a entender con dicha frase. En otro aspecto, la chica trata efusivamente convencerme para hacerme partícipe de lo que ella –con insistencia– considera una astuta compra. Con sus buenas dotes de vendedora efusiva, deja caer que se trata de pizarra de El Bierzo y que de allí proviene la mejor de la mejor pizarra del mundo. Creo que esto ha sido lo primero que me ha convencido, y también, por qué no, digerir en mi cerebro uno por uno y a grandes rasgos todos los loables aspectos que diferencian al Bierzo del resto del universo; la salubridad de sus aires, la orografía de sus montes, la sencillez de sus gentes, la cecina ahumada y cómo no, su turgente pecho izquierdo sujetando sobre la expresiva chapita cilíndrica cuya relación con el lejano Bierzo era similar a la del astronauta con escafandra y bermudas paseando con sombrilla por el desierto de Gobi.

      El tener un trozo de El Bierzo en casa es una opción incluso mejor que tener un jacuzzi, ha insinuado.
      –Además, qué leches, no debe ser lo mismo escribir sobre una pizarra de Segovia que hacerlo sobre otra de El Bierzo, ¿verdad?, he contestado yo con cierto tono irónico y noqueado por la comparación del jacuzzi. Seguidamente y ante el rostro estupefacto de la dependienta parlanchina, he insistido en un tono cada vez más satírico;
       –Y no digamos de quién lee sobre una pizarra de El Bierzo; esas letras, esas palabras, esas líneas. Es de suponer que tampoco es lo mismo la semántica de un haiku que destaca sobre una pizarra de Zamora que sobre otra de El Bierzo, en éste último mejora, sí mejora con creces. Creo que, en parte, va a ser por ello por lo que me he inclinado en adquirir semejante materia natural berciana fusionada con rojo escarlata de un marco metálico “made in China”–.

Llego a casa con la pizarra del Bierzo con marco metálico “made in China”. En la puerta de mi frigo se queda tan bien que promete ser el centro de miradas. Ya estoy imaginándola llena de letras, frases de amor al queso ese del Roncal que tanto me gusta, haikus a la lista de la compra e incluso una cita con alguien especial.
¿Alguien especial? Sí.
Como en principio no tengo nada que escribir ni apuntar en ella he pensado que puedo adquirir compromisos, tener citas con gente especial para mí y anotar en la susodicha pizarra de El Bierzo, una tras otra, las horas y los días que harán que mi memorándum sea de lo más completo. Será como desempolvar aquella agenda tan cutre que me regaló Carolina cuando trataba, por todos los medios y sin éxito, llevarme a su huerto de algarrobas y tomates pera en el campo de Cartagena.
Dicho y hecho, agarré mi móvil de antepenúltima generación y, deslizando mi dedo pulgar sobre él, lo encendí por la agenda seleccionando los diferentes amigos, amigas, novias y viejos compañeros políticos –camaradas nos llamábamos– que había tenido. De las novias y amantes, apuntaba los teléfonos sólo de algunas de ellas, no todas, hay que ser delicado con estos asuntos que luego montas un circo y te crecen los enanos. Clasifiqué cuatro grupos de amistades en los que incluí; a los más simpáticos, a los menos superficiales, a los menos ordinarios y a los más ocurrentes, no de todos se podía decir que cumplieran la quinta esencia, pero apunté varios números y si la mayoría eran féminas era por alguna razón objetiva; chocolat chaud avec des churros, que dicen en Francia.
Seguí con la agenda del móvil abierta, dispuesto, cómo no, a continuar seleccionando candidatos sin más propósito que dar un merecido uso a mi flamante pizarra de El Bierzo y si encartaba, cómo no, churros con chocolate, algo difícil en un país donde las feromonas con Eusko Label se habían inmiscuido sin darse cuenta en un plácido viaje hacia la decadencia más atroz y salvaje jamás inventada de Mordor, haciendo caer en picado las ventas de condones, la natalidad y las pastillitas-caramelos “del día después”. Pero algo no imposible ya que de todas las novias y amantes que me habían dejado, la mayoría lo había hecho con alevosía y promiscuidad.
Mejor solos que mal acompañados;

“Bonita, no pegas con mi corazón/ hasta la vista/no descifraste una mierda dentro de mí… (Aunque fueras de lista)”.

Retumbaba bajo un sol de justicia en la sinrazón incluso después de haberse ido Pablo.
La puerta de la nevera de casa tiene adherida una pizarra de El Bierzo y en su interior conservo mis desayunos, comidas y cenas. Hubiese sido mejor quitarme un peso de encima donándolos a la ciencia pero los trámites institucionales, los papeleos y todas esas pantomimas legales me desquician. Así que de momento los conservo al fresco de la nevera donde fuera hay veinticuatro grados y una pizarra de El Bierzo en la que, con un tacto especial, incluyo –entre la lista de la compra– los teléfonos de mis mejores amigos y mis futuras citas y lo que es mejor, haikus a la lista de la compra.
Por cierto, a todo esto, no me he presentado, mi nombre es Dahmer, Jeffrey Dahmer.