“¿Cómo podía adivinar yo el destino que le esperaba?
En verdad la vida humana es como el rocío
o como un relámpago.”
(Ryunosuke Akutagawa. 1892-1927)
Permaneció sólo en aquel inhóspito lugar durante tres días.
Por las noches echó de menos su pueblo, el cantar de los grillos y el eterno
silencio se introdujo en su cabeza amartillando al amodorramiento.
Conocía las consecuencias de permanecer aislado y aun así
sucumbió a ellas, las asumió. Fuera todo era cataclismos y desastres. Dicen que
una larga temporada en soledad termina por condicionar a quien la padece, debe
ser determinante como un trauma o salir ileso de un accidente con resultado de
muerte. Lo desconozco, pero nuestro personaje eligió el aislamiento a un mundo subyugado
al bolsillo mágico de Doraemon.
El pez acróbata, la balada escrita y jamás cantada nació
allá en la planta menos dos, por casualidad, cuando ésta es hipotética e
inverosímil o llega a alcanzar paisajes que nadie, en su sano juicio, se
atrevería a imaginar.
Lo suyo no fue un rescate sino más bien una desvergüenza, un
descaro por parte del cuerpo de bomberos. Y cuando salió del ascensor en el que
pasó tres días de su macilenta vida volvió a girar la cabeza tratando de
encontrar otra puerta que lo llevara hasta la planta menos dos, otra puerta ajena
a la locura de la ciudad, un postigo al silencio donde terminar la canción
jamás cantada.
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