Sudaba, sudaba mucho. Avanzada la mañana, el calor se fue
acentuando. De manera que, ignorante de él y por enésima vez, volvió a pasar
por la calle de la sombra en busca de la fresca pero no la encontró. Tal vez
estaría metida en algún tugurio de aquella vieja ciudad en la que las ratas se
disputan sus itinerarios entre sus selectos habitantes. Qué leches! las ratas
como ella no hacen ascos a nada, pensó y sin dudarlo se dirigió al bar que
estaba dos manzanas más delante de la calle de la sombra. Sus axilas denotaban
el bochornoso clima, el imponente y marginal extrarradio; un podrido arrabal y
su boca pastosa y seca recordaba un descomunal desierto del Gobi pero a pesar
de todo, allí estaba ella al final de la sucia barra, esperándole; rubia,
imponente, flamante y tan fresca.
Por favor, con un poco de gaseosa, exclamó.
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