“No te olvides de vivir”, escribió Goethe. Quevedo fue más allá; "Que mi
vida acabe y mi vivir ordene".
Yo estaba tumbado sobre lo que parecía el salpicadero de una furgoneta. Mis
ojos con un semblante desorbitado, mi subconsciente no me permitía articular
palabra o voz alguna, esto me provocaba una ansiosa sensación de ahogo entre
sabor a sangre y el zumbido en mi cabeza que no paraba de darse topetazos con yoquesequé, eso parecía un genocidio de Gremlins. Tenía ganas de gritar y salir
de allí pero me resultaba imposible, todo era oscuridad y un fuerte olor a
gasolina cargaba mis pulmones.
Y aquellos gritos de horror…
Cuarenta y dos días después del estado comatoso decido ir
a tomar un café y dos bollos de chocolate y entonces comienzo a recordar; el sol es abrasador en esta época del año, es mejor quedarse en casa a la
sombra contando las arañas del techo
pero mi zapatilla derecha está rota por el empeine. Tras observar en varios
escaparates se me quitan las ganas de comprar otras, puede que éstas las apure todavía
un poco más. Joder, este mes voy pelado de pasta.
De camino a casa pienso en cuál es la forma más estúpida de perder el
tiempo; bebiendo cervezas y comiendo patatas fritas de bolsa tumbado a la
bartola o tratar con Ane sobre política. Es una testaruda pero me cae bien, las
patatas fritas y las cervezas te ponen como un cerdo testarudo pero no me
resisto a ponerme así, es el ángulo consumista de un sistema capitalista que
cada día nos devora con el ansia de un depredador hambriento.
Paso por el lado de unos contenedores que han ardido, escupo, todavía
huelen a chamusquina. La manifestación de ayer inclinó la balanza al empate. La
podredumbre de esta ciudad me pesa y apesta cada día más.
A veces pienso antes de abrir la boca y gano un pulso al destino pero éste
quiere jugar sucio y hacer trampas;
—Toma las llaves y conduce tú un rato—.
Y me gana la partida;
—Jamás debimos besar el mar aquella tarde de verano—, pienso.
Y ese día, murió una parte de mí.
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