El vendedor de imanes ha
abierto su veda. Filántropos fabricantes de betún han surgido de sus cubiles.
Portan sal en sus bolsillos y mágicos silencios en sus bocas. No se conocen. En
la tarde anochecida, sus párpados de seda velan a una luz de pantalla plana y
tropecientas pulgadas que emite susurros en decorados de algodón de azúcar.
Algunos oyeron, otros leyeron y ninguno entendió pero entre todos se rozan. Hay
vendedores de ceniceros que regalan humo, carecen de escrúpulos y a la hora de
buscarlos indagan en sus ombligos. Los vendedores de imanes y ceniceros portan la
llave del grifo de las conciencias. Las conciencias crecen como flores pero
mueren al caer desde la ventana del séptimo porque no tienen ni sal en los
bolsillos ni párpados de seda y mucho menos mágicos silencios. Pero están ahí,
inmunes, decapitadas, muertas de muerte natural, dicen quienes saben de muertes, esperando renacer
convertidas en filántropos fabricantes de betún. Ajenas al qué dirán,
aguardando su momento. Porque nada hay que decir. Esa es la vida que se os
asignó al nacer pobres, pobres, pobres.
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