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jueves, 6 de junio de 2019

Infancia casi transparente


Lo escribimos y treinta y cinco años después, aún permanece.
“Hasta que la madrugada entraba

en la encallada celda de tu cuarto

y vencía a ese dedo náufrago

que aún temblaba sobre el mapa.”

(Pedro Ugarte. Bilbao 1963)

 
Crecí rápido,
en el silencio
de suelas desgastadas
parques y balasto
de serpientes ciegas
y vías muertas.

Crecí rápido,
sin palabras.
Un camino de colegio
alargó las distancias
y aprendí a entristecerme
con mis primeros pasos.

Crecí rápido,
antes que los insectos.
La Font. El barrio que me vio crecer.
Cuántas carreras,
sonrisas o tristezas
cabían en aquellas calles
que borraban sin piedad
a predecesoras generaciones
que encontraron su cielo
respirando por infestas
heridas de venenos.

Crecimos rápido,
con nuestras famélicas piernas
de rodillas heridas
y balones bajo brazos
ejercíamos un corro
de luto efímero que desconocíamos;
atónitas miradas pueriles
abstraídas por la más absoluta de las ignorancias,
volátil aflicción de cinco minutos
que tardaba la ambulancia
en llevarse a otro de aquellos
moribundos enclenques
que había encontrado su cielo.

Crecimos tan rápido,
que en seis minutos
estaba todo olvidado.

Proseguíamos nuestros juegos.

Y tanto crecimos
que ya ni nos mirábamos.
tampoco jugábamos.
Otros nunca llegaron,
tanto crecieron
que ni se mostraron.

Los bloques de ventanas
menguaron.
Y cada casa era un mundo;
barrio obrero,
de aceras encharcadas,
de sudores, manos hinchadas
y fatigas ojerosas.
Ventanas que ya ni gritaban,
ni tendederos improvisados,
ni vecinos desquiciados,
ni música alta
y en los jardines
ningún enclenque muerto.

Sí, crecimos rápido
pero ya era tan tarde.
Tal vez fuera demasiado precipitado.
¿Cuánto tiempo en tantos lugares, cabe aún, para seguir creciendo rápido?