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sábado, 23 de marzo de 2024

A treinta y cinco decibelios

 

“Lo que fui no tiene nombre,

trabajo en el alambre”.

 

Ilustración: Igor Morski

 

Dicen que en todos los pueblos existe un tonto,

pero en mi pueblo no.

Aquí somos todos muy listos y

regamos las señales de tráfico y

no necesitamos semáforos.

Los domingos por la mañana leemos a Nietzsche

degustando churros con chocolate,

y por las tardes discutimos,

tomando caldo en pajita de cartón,

sobre los problemas filosóficos

de las ciencias modernas.

Los niños leen a Sigmund Freud

para aprender a interpretar de manera sistemática sus sueños.

En nuestras discusiones nunca hay una voz más alta que otra,

todas están limitadas a treinta y cinco decibelios.